domingo, 9 de abril de 2017

No acepto

Yo no sentía mucho por ella. Ella, creo que tampoco sentía mucho por mí. Sin embargo, ahí estábamos los dos, frente al altar y con ganas de llorar.
—Julio. —Dijo una voz adormilada entre la multitud.  Él se dio vuelta y busco la boca que acaba de pronunciar su nombre. —¡Julio! —Otra vez, lo llamaban. No alcanzaba a visualizar de dónde provenía esa voz. Ella, de blanco a su lado, lo codeó para despabilarlo. ¿Era ella quien lo nombraba?
—Señor, acepta usted por esposa a…
—¡Julio! No te cases con ella. —Ahora la voz se le hacía más cercana, más conocida. Trataba de agudizar los sentidos, pero era en vano.  Ya no era un susurro.
—¡Julio! —Volvió a llamarlo su mujer. —El padre te está preguntando algo. ¿podes contestar?
—¡Julio! Sabes que no es la adecuada para vos. No te ama. —él sacudía la cabeza, intentado deshacerse de la vocecita que le hablaba, cada vez más claro y audible.
—¡Acepta, Julio! —Susurró la mujer apretando los dientes y los ojos.
—No te ama. Esa mujer no te ama. Ni vos a ella. —Seguía repitiendo esa voz.
—¡Basta! —exclamó Julio y enmudeció la iglesia. Julio giró sobre sus pies y miró de frente a la multitud que se sorprendía de la situación. Las ancianas se abanicaban con más ahínco y los padres de la novia hacían gestos irreconocibles. — ¡Shhhh! Necesito pensar. —La gente giraba la cabeza buscando al culpable del ruido o la molestia.
—Señor… ¿Se encuentra bien? —Preguntó el padre, dudoso de haberse metido en un terreno complicado.
—¡Julio! —Ella lo sacudía del brazo, tratando de que la mirara. — ¡No te atrevas a hacerme esto, Julio! Ni se te ocurra. ¿eh?
—Callate, vos. —le dijo, zafándose de las uñas puntiagudas. —¡¿Dónde estás?! —Julio bajó del altar y caminó por el pasillo de la iglesia, siguiendo la voz que no se cansaba de decirle una y otra vez, lo mismo. “No te cases, no es ella.”
La gente no salía del estupor y la sorpresa. El novio caminaba por los pasillos, abriendo las puertas, los confesionarios, desesperado. La novia lloraba en las escaleras, en los brazos de su madre. Su padre, intentaba en vano, seguir al muchacho que cada vez, caminaba más rápido. ¿Habría perdido la cordura?
La voz que Julio oía, se calló de repente. Parpadeó unos segundos y vio la escena desde la lejanía. Se hallaba en el umbral de la puerta de la iglesia. Respiró profundo, pensando que todo lo que había pasado, no era más que un sueño o más bien, una pesadilla. Tragó saliva y dio el primer paso hacia su futura mujer. Nada más que el murmullo de los invitados lo acompañaban. Segundo y tercer paso; nada. Volvió a respirar y avanzó con un poco más de velocidad. Ya podía ver las caras de enojo, y las lágrimas negras de ella, rodando por sus mejillas.
—¡Julio! No te cases. No es ella la indicada. —Otra vez la misma voz.
El grito de Julio, arrodillado en el medio del pasillo, desgarró a todos los presentes. Se tomaba la cabeza con desesperación mientras que se mecía sin parar.  Algunos abandonaban el lugar con preocupación. Otros, pedían un médico para el novio. Su hermano más grande se acercó lentamente, lo levantó y lo guió fuera. Una vez traspasada la puerta, no había más voz, no había más… “Julio, no te cases. No es ella.”