“Los grandes amores dejan recuerdos en todas las
canciones”
Anónimo.
Sebastián no quiso tocar el tema de
su papá por dos razones; la primera, Sandra se molestaba demasiado fácil y
aunque las cosas venían muy bien entre ellos, no quería arruinarlo con
conversaciones que borraran las sonrisas. Y segundo, todavía no lograba dar con
el epicentro del problema. Por un lado, ella se mostraba fría y lejana, pero al
mismo tiempo, sentía que no podía soltar el tema. Podía entender el rencor,
pero… ¿Con qué necesidad se aferraba a él? ¿Es que acaso no prefería olvidar?
La noche del viernes, ya sin la venda
y con la herida cicatrizando, Sandra accedió a salir con él a algún lado. Lo
había estado pateando con la excusa de que no quería que la vieran con la cara
inflamada, ni con la frente vendada… y además estaba el tema de la plata. El negocio
solo alcanzaba para los alquileres, para pagarle a Romina, los servicios y la
comida. La plata que cobró del seguro del auto, se le escapó de las manos
cuando pagó la reja y los impuestos.
—Yo te invito. —le había dicho él,
tratando de que accediera.
—No. La semana que viene vamos. Es
principio de mes y suele haber más ventas.
—¡Sos testaruda!
—¡Vos también lo sos!
—¿Yo?
—¡Sí! ¡Vos! Vamos la semana que viene,
¿sí?
Y la semana que viene llegó. Llegó el
viernes y Sebastián la pasó a buscar por su casa. Sandra lo esperaba con un
gesto raro que no alcanzó a interpretar.
—¿Y esa cara?
—¿Tenemos que salir? Hace frío… ¿Por
qué no nos quedamos y pedimos algo? Una peli… o terminamos de ver Vikingos.
—No. El fin de semana pasado
estuvimos encerrados acá. Me prometiste que saldríamos. Vamos, dale. Agarrá tu
campera. Paso al baño y nos vamos.
—¿Y dónde vamos? —le preguntó
mientras se ponía la campera y buscaba un pañuelo.
—A Thaler.
—¿Morón?
—Si. —Sebastián salió del baño
abrochándose los pantalones y la encontró cruzada de brazos en el pasillo.
—No voy a cantar, Sebastián.
—¿Por qué no?
—Porque… me duele la garganta. Porque
no tengo ganas.
—¡Dale! ¿Vos te acordás como estaba
la gente aquella noche en que estuvimos los dos?
—El karaoke es para ir con amigos.
No, con pareja.
—¿Y quién dijo que vamos solos?
—¡¿Quién va?!
—Ceci y Pablo. Gastón y Paula, su
novia.
—¿Y por qué me entero recién ahora?
—Porque… Me olvidé. ¿Vamos? —Sandra
no se movió—Dale, vamos… la vamos a pasar re bien. ¡Vas a ver! Además, ya es
hora de que empecemos a salir como…—y de detuvo.
—¿Cómo qué?
—Como novios, como pareja.
—Ah… No sabía que éramos novios.
¡Mirá vos! —Sebastián se acercó y la envolvió entre sus brazos.
—Dijimos que íbamos a vivir el hoy.
¿O no? —Sandra asintió perdida ya en su mirada—Hoy nos vamos a divertir. Y…
¡Les vamos a romper el culo al resto! —soltó una carcajada que retumbó en la
pequeña casa.
—¡Ah! ¡Esto es una competencia! ¡Ya
veo! —Ella enredó las manos en su cintura y sonrió—Cecilia canta horrible,
Gastón también. Vamos a ver… Pablo y …
—Paula. ¿Ya estás saboreando la
victoria?
—Puede ser.
En el coche se rieron tanto que a
Sandra le dolía la panza. Le rogó que dejara de hacer chistes porque de lo
contario se haría pis encima. Llegaron a Thaler y en la puerta se encontraron a
Gastón y a la novia. Las presentaciones pertinentes y entraron. Se sentaron en
una mesa cerca del escenario. Sandra le pidió a Sebastián que se ubicaran justo
enfrente para que no tuviera que atravesar todo el lugar para llegar. Gastón y
Paula resultaron ser una pareja muy divertida a lo que enseguida, la
conversación se llenó de risas y de anécdotas. Él recordaba la noche de su
cumpleaños cuando ella había robado su premio.
—Pau… ella canta tan bien como vos.
—le dijo y Sebastián codeó a Sandra con disimulo.
—¿Cantás? —le preguntó Sandra, más
concentrada en lo que había dicho Gastón que en el orgullo que le inflaba el
pecho a Sebastián.
—Sí. Estoy estudiando en el
conservatorio y además doy clases. —En ese momento Sandra fulminó a Sebastián
con la mirada.
—Ah… Entonces, ya tenemos ganadora.
—dijo y se llevó el vaso de cerveza a la boca para ocultar los nervios.
—¡Yo creo que sí! —comentó Gastón con
sorna—Pero… confieso que van a estar cabeza a cabeza. Vos cantás muy bien,
Sandra.
—¡Buenas! —Cecilia y Pablo llegaron en
el momento justo. Se acomodaron y la charla siguió como si nada.
Hablaron de todo un poco, rieron,
comieron y tomaron bastante. Sandra se había acabado el segundo trago cuando el
animador se subió a la tarima para anunciar el comienzo del karaoke. Si o sí
necesitaba estar un poco alcoholizada para poder llevar a cabo la competencia.
—¿A quién se le ocurrió esta magnífica
idea? —preguntó Pablo con ironía.
—¡A mi primo! —respondió Cecilia.
—¿Y quién me hizo acceder? —Cecilia
esta vez no dijo nada y en cambio, le sonrió con dulzura. —Ya me estoy
arrepintiendo.
—¡Somos dos! —comentó Sandra.
—Buenas noches a todos… con este frío
que nos empaña los vidrios, vamos a comenzar esta noche de karaoke y diversión.
Muchas parejas se han anotado y queremos creer que todos cantan hermosamente
bien. ¿No? —el público gritó que sí—¡Así me gusta! Bien. El ganador o los
ganadores, más bien, se llevarán de regalo una tarjeta de consumición libre. O
sea que, si ganan, van a poder volver y… ¡Chuparse todo! —la gente aplaudía con
ganas. —Bueno… ahí me dicen de la barra que todo, no. Ya verán qué se puede y
que no. ¿Están listos?
La primera pareja que subió al
escenario la rompió. Los seis cruzaron miradas y aunque nadie dijo nada, las
ganas de levantarse e irse fueron mucho más grandes que cinco minutos atrás. La
segunda, dos amigas algo borrachas, cantaron un clásico de la cumbia argentina
y a pesar, de que todo el mundo aplaudió y cantó con ellas, ganó la primera. Así
fueron pasando de a dos, hasta que fue el turno de Gastón y Paula. Compitieron
con una pareja de hombres que desafinó tanto que ni siquiera los dejaron
continuar. Luego, Cecilia y Pablo competirían con Sebastián y Sandra. Cuando
dijeron los cuatro nombres, Cecilia se tapó la cara avergonzada mientras que
Pablo y Sebastián la obligaban a ponerse de pie. Pablo lo hizo muy bien, tenía
una voz muy dulce, pero… Cecilia, no tanto. Se reía más de lo que cantaba. Cuando
sonó la canción que Sebastián había elegido, Sandra lo tomó de la mano para
darse ánimos y abrió el tema, dejando salir su voz con seguridad. El público
aplaudió tanto que Cecilia y Pablo bajaron avergonzados y tristes al finalizar
la ronda.
La final: sin muchos rodeos fue entre
el hombre de la primera pareja, Paula y Sandra. A Sebastián y a Gastón los
desplazaron inmediatamente. Permanecieron en un costado haciendo de hinchada
para sus mujeres.
—No sabía que Sandra cantase tan
bien. —le dijo Pablo a Cecilia.
—Tiene tantas virtudes que ni ella
las conoce a todas. Aunque… vos no te quedás atrás. —dijo y lo besó.
Paula brilló con una canción de
Celine Dion que pocos hubieran podido entonar. El hombre se destacó con un tema
de Rod Stewart y cuando fue el turno de Sandra y el tema que había elegido… los
nervios comenzaron a subir por sus piernas y se alojaron en el estómago. Había
decidido cantar esa canción solamente para dedicársela a él. No le importaba si
su voz se lucía o no, menos si ganaba. Quería que él entendiera que aquella
letra y que las palabras que saldrían de su boca, solamente tendrían sentido
para los dos.
Amaba La oreja de Van Gogh. Al
principio le había dedicado otros temas; cuando estaba sola y dolida de no
tenerlo a su lado, cuando sus estados dependían de el color del día. “Deseo
de cosas imposibles”, “Dulce locura” y “Cuídate” habían sido sus
himnos en aquella época tan triste. Ahora, otro tema de una de sus bandas
favoritas, había cobrado otro sentido desde que había vuelto a abrir su
corazón.
Un día más vuelve a empezar
Duerme la luna en san Sebastián
Busco que hacer, oigo llover
Y pienso en ti
Duerme la luna en san Sebastián
Busco que hacer, oigo llover
Y pienso en ti
Qué guapo estás al despertar
Tan despeinado y sin arreglar
Me hace feliz verte a mi lado
Y pienso en ti
Tan despeinado y sin arreglar
Me hace feliz verte a mi lado
Y pienso en ti
Vamos a querernos toda la vida
Como se quieren la noche y el día
Cuando hablan de ti
Vamos a querernos en cualquier vida
Porque prefiero dejarme morir
Que estar sin ti
Como se quieren la noche y el día
Cuando hablan de ti
Vamos a querernos en cualquier vida
Porque prefiero dejarme morir
Que estar sin ti
Nada es igual cuando no estás
Cuando no vuelves de pasear
Oígo reír, hago equilibrio
Y pienso en ti
Cuando no vuelves de pasear
Oígo reír, hago equilibrio
Y pienso en ti
“Mi vida sin ti” terminó y para
Sandra no había nadie más en Thaler que él, que sus ojos marrones, que su
sonrisa ladeada. Él. Solo él. El público la ovacionó también a ella, pero no le
importó. Solo quería que él leyera entre líneas lo que le estaba cantando a
viva voz. Aquella era una declaración de amor y esperaba que lo interpretara
así.
El animador rompió el ambiente con
un;
—¡Guau! Tenemos dos grosas en esta
tarima esta noche. ¿A quién elegirá la audiencia? Vamos con el aplausométro.
Primero… Daniel. —Sandra no oía nada. Quería bajar del escenario y besarlo.
—Paula… —el público se puso de pie y vitoreó a la novia de Gastón. Sandra
seguía hipnotizada. —Y Sandra… —la gente sí que aplaudió, pero, no tanto como
con Paula quien finalmente fue declarada la ganadora final de la noche.
—¡Muchas gracias! Y… ¡Felicitaciones!
Sandra ni siquiera felicitó a Paula,
bajó de la tarima y acortó la distancia entre ella y el hombre que la esperaba
de pie y listo para recibir su alma. Había dado el salto y ahí estaba su red.
Fue directo a su boca.
—Te amo. —le dijo por primera vez.
—Ya lo sabía. —la besó como si no
existiera nadie más. —Despedite que nos vamos.
—¿Ya?
—Sí. Me muero por hacerte el amor.
—Yo también.
Cecilia los alcanzó en la puerta. Los
abrazó y tomó la mano de cada uno. Se la notaba muy emocionada. Sandra sonreía
y Sebastián alternaba las miradas entre las dos.
—Gracias. —les dijo conmovida.
—¿Por? —preguntaron los dos.
—Por dejar de lado su orgullo y
arriesgarse a este amor. ¡Los amo! —Otra vez los atrajo hacia ella y les plantó
un beso en la mejilla a cada uno.
—Nosotros también, Ceci. Ahora… si
puede ser, me la quiero llevar de acá.
—Toda suya.
Esa noche. Una canción. Una tarima de madera y un micrófono habían unido los pedazos rotos de cada corazón. Los había pegado con un pegamento indestructible: el amor.
Esa noche. Una canción. Una tarima de madera y un micrófono habían unido los pedazos rotos de cada corazón. Los había pegado con un pegamento indestructible: el amor.