domingo, 10 de diciembre de 2017

Orgulloso de mi Adela

Salí de mi lugar natal para llegar a una farmacia del barrio norte y he sido creado con el don de la paciencia y la espera. Esta es mi historia.
Adela nos compró, a mí y a mis dos hermanos hace unos meses. Nos separó apenas llegamos a su casa, llevándose con ella, al mayor; Tito. Partió sin muchos preámbulos, decidido a cumplir con su deber. Nunca fue de muchas palabras así que la despedida fue corta y concisa. Al cabo de unos días de su partida, regresó a la mesa de luz donde nos puso —justo detrás de unos papeles y bien en el fondo para que sus padres no nos vean— y vino por Claudio. De eso ya hace… déjenme pensar. Cuatro días.
Parece que Adela tiene novio. O al menos, sé que tiene una vida sexual muy activa porque acaba de comprar otra caja. Se ve que quedé tan al fondo del cajón que no me vio y ha ido por más. Me he reencontrado con mis primos lejanos: Sebastián, Fernando y Camilo. A la semana, se habían ido los tres. ¡Muy bien por Adela y por su novio! Y yo… bueno… Yo sigo acá, esperando mi turno. Del aburrimiento, he realizado un inventario de las cosas que me rodean. Tres fotos, diez estampitas, dos llaves de diario íntimo. Un sobre de papel marrón que debe contener más papeles por el grosor que tiene. Cinco monedas de un peso, tres de cincuenta centavos y dos monedas extranjeras. Una cadenita con la mitad de un corazón y tres pececitos de plástico. Y yo, obviamente, en mi envoltorio plateado, justo en la esquina del fondo.
Adela no ha vuelto a comprar. Hace unos cuantos meses que no ha abierto el cajón para buscar algo. Sé que sigue ahí, porque la escucho rondar y hablar. He notado que las cosas que guarda en este cajón tampoco le son de mucho interés porque no utiliza nada de lo que me rodea. No hay nada acá que le llame la atención lo suficiente como para abrirlo y notar mi presencia. Quizás deba aguardar hasta el día de la limpieza general.
¡Gracias, Dios! Después de meses de haber salido de la farmacia, ha llegado por fin mi turno. Antes que nada, Adela, muy provisoria se fijó en mi fecha de vencimiento. ¡Tranquila, aun me quedan unos cuantos meses!
No sé si el hombre que está hablándole a Adela acerca de su último viaje a la India, sea su novio, pero la verdad no me importa. No me importa que suene mucho mayor que ella o que su conversación sea un monólogo, donde el único que habla es él. No, no. No me importa. He venido a este mundo a cumplir con mi deber y eso es lo que voy a hacer, si estos dos se deciden a pasar a la siguiente etapa.
Adela me ha colocado en el bolsillo de su cartera favorita y aquí estoy, oyendo un aburrido discurso acerca de lujosos hoteles en el mundo. ¿a quién le interesa? ¿Acaso este tipo no se da cuenta que la dama esta aburrida? ¿Cuándo es que pasan a un lugar más tranquilo? El tipo parece que no se ha percatado que esta noche Adela volverá temprano a casa. ¿Cómo lo sé? Bueno… ha dejado de reír. No escucho su copa tintinar y ha sacado y guardado el celular más de quince veces durante la cena.
Tal y como sabía que pasaría, Adela regresó a su casa sin haberme siquiera sacado de la cartera. ¡Que no decaiga! Ya llegará mi momento.
Adela ha decidido darle otra oportunidad al hombre. Esta vez, directamente se han encontrado en su casa y la cena ha sido más íntima que la anterior. Parece que ha aprendido la lección porque la deja hablar y se ríe de los comentarios que hace mi querida Adela. Han puesto música y han bailado. Todo va viento en popa. Creo que… que… ahí vienen por mí.
¡Siiiiiii! Ahí voy para cuidarte, Adela.
¿eh? ¿Qué dijo ese idiota? ¿Qué no quiere cuidarse? No, debo haber escuchado mal.
No. No escuché mal. El muy hijo de… le dijo que no le gusta usar preservativo. Que él ya está grande, que no puede tener hijos y una sarta de cosas que espero, no hagan dudar a mi Adela. Desde la mesa donde me ha apoyado puedo ver la sonrisa de costado del tipo mientras esgrime cuestiones tan tontas que ni yo me las puedo creer. Todas, toditas, coinciden con las que he escuchado anteriormente; testimonios de los camaradas que han sido abandonados durante el preámbulo sexual.  Pero mi Adela no es como las demás. Mi Adela aguarda, desnuda, apoyada sobre la mesa a que termine de explicarse.
Pero… desafortunadamente, por la manera en que se agita su pecho creo que le va a hacer caso y que me va abandonar a mi suerte. Que va a anteponer la lujuria y el placer, al cuidado y a la protección. Falta campaña, falta. Lo sé. Estas chicas que…
—No, Adela. No lo escuchés. Pensá en las enfermedades venéreas, en el HIV… es un tipo que recién conocés. No lo hagas, Adela. —le gritó en vano. No puedo oírme. Veo su trasero redondo dirigirse hacia la cama y al cuerpo que la espera sobre las sábanas. Ella se sienta en un costado y le acaricia la mejilla. Él le dice que está muy caliente, he intenta besarla.
Adela, mi Adela, se pone de pie y abandona la habitación. Vuelve con la ropa interior puesta y me vuelve a guardar en la cartera, no sin antes decirle que ella, sin mí, no va a hacer absolutamente nada.
Vuelvo al cajón, detrás de los papeles, junto a la esquina. Adela llora en la cama porque parece que el tipo sí que le gustaba. Pero Adela, mi Adela, sabe muy bien que yo estoy para cuidarla.



Escrito para Cero a la derecha. 
Campaña de uso de preservativos y prevención de enfermedades.


 


Nota para el Noticiero de Super Canal


HISTORIAS DE AQUI, ERICA VERA ,ESCRITORA

HISTORIAS DE AQUI, ERICA VERA ,ESCRITORA: HISTORIAS DE AQUI, ERICA VERA ,ESCRITORA

lunes, 4 de diciembre de 2017

Perfecto

Regó el potus tres veces antes de entrar. Se lavó las manos cuatro veces con jabón blanco y detergente antes de poner la pava. Hirvió el agua dos veces para hacerse el té de las cinco. Estiró el individual floreado siete veces antes de apoyar la taza caliente con el agua hervida dos veces. Giró la cuchara doce veces antes de verter el azúcar. Batió doce veces más para disolver el azúcar. Miró el reloj y comparó los minutos con el que llevaba puesto. Perfecto.
Bebió el té de a dos sorbos hasta que se acabó y el reloj dio las seis de la tarde. Lavó la taza y las cucharas con lavandina y detergente cuatro veces antes de doblar milimétricamente el individual floreado. Perfecto.
Se sentó en el living y golpeteó los almohadones seis veces a cada uno antes de encender la televisión. Acomodó el control remoto tres veces antes de mirar su programa favorito. 59 pestañeos en una hora. Igual que ayer. Perfecto.
Sonó el timbre. 7:05. ¿Quién podría ser? Nadie llama a esa hora. Nadie viene a esa hora.
—Hola, señora. Soy Jorgito, un amigo de su hijo.
—¿de Pablo?
—Sí. De Pablo. ¿Cómo le va?
—¿y Pablo?
—Me pidió que le traiga unas cositas para usted.
—¿para mí?
—Sí. Están pesadas las bolsas. ¿me abre?
—Ah, debe ser la mercadería del super.
—¡Exacto!
—Subi, querido.
Antes de abrir la puerta de su departamento se acomodó el cabello seis veces y se echó perfume detrás de las orejas, dos veces en cada una. Tomó su pañuelo blanco y aferró con fuerza el picaporte con la mano derecha mientras cerraba un ojo y con el otro miraba por el visor de la puerta. Efectivamente, Pablo le había enviado varias bolsas de supermercado. Quitó la primera traba, luego la segunda, luego la tercera…
—Señora, apúrese. Tengo que ir a trabajar.
…la cadenita sonó sobre la madera y le dio la primera vuelta a la llave.
—Esta vieja no te va a abrir, boludo. Vámonos antes de que se aviven. —Otra voz.
—¡Shhh! Callate, pelotudo. —en susurros. —Señora… ¿está bien? Dele, doñita estas bolsas pesan un montón.
—Tirale la puerta abajo o me voy.
La llave giró una vez más. Silencio. Una mano peluda se apoyó sobre la puerta e intentó abrirla. Pero…la llave volvió a girar, dos veces. Colocó la cadenita. Una traba, dos trabas…
—Te dije, idiota. Yo me voy a la mierda.
… tres trabas. Quitó la mano derecha envuelta en el pañuelo blanco y se alejó de la puerta. Diez golpes sobre la madera resonaron en el departamento. Diez. Los contó.
—Vieja, puta. —Fue lo ultimo que escuchó antes de que las puertas del ascensor se abrieran.
Se sentó otra vez en el sillón no sin antes golpetear los almohadones seis veces. Acomodó el control remoto sobre la mesa ratona y apoyó las manos sobre su vestido gris. 7:18. Debía esperar hasta las 19:23 para ir al baño.  Esperó y fue al baño. Hizo pis y lavó el inodoro tres veces antes de abandonar el baño. Perfecto.
—Vieja puta. —murmuró.
—Vieja puta. —dijo.
—Vieja puta —gritó. Le rasguñó la garganta ese grito. Quiso un té. Pero antes del té…
Regó el potus tres veces. Se lavó las manos cuatro veces con jabón blanco y detergente antes de poner la pava. Hirvió el agua dos veces para hacerse el té. Estiró el individual floreado siete veces antes de apoyar la taza caliente con el agua hervida dos veces. Giró la cuchara doce veces antes de verter el azúcar. Batió doce veces más para disolver el azúcar. Miró el reloj y comparó los minutos con el que llevaba puesto. Perfecto.