—Hasta el lunes, Juanita. —se despidió de ella con la mano abierta y la
sonrisa clavada en los labios. La misma sonrisa que lo acompaña cada mañana,
cada mediodía y cada tarde cuando va a buscar o a dejar a los chicos al colegio.
Gerónimo se compró la camioneta con sus ahorros y con algo de plata que
le prestó su hermano mayor. Empezó a
hacer viajes escolares hace tres años y nunca ha sido más feliz. Disfruta de
los niños, de sus miradas, de sus risas y pasa los días entre chupetines y
canciones infantiles.
Gerónimo es el más joven de los choferes que estacionan su camioneta
frente al colegio. Apenas tiene 36 años. Acompañado por Elvira, una mujer
regordeta de gestos simpáticos, pasa casa por casa y recoge a los 9 nenes que
deja bien temprano y retira más tarde. En el camino de vuelta, algunos suben y
otros bajan. Vuelven al colegio y dejan a los pequeños del turno tarde. Para
las seis, Gerónimo ya ha entregado a cada uno, dejado a Elvira en su casa y
regresado a la suya.
—¿Gero, sos vos?
—Si, vieja. Soy yo. —le responde desde la puerta.
—¿Cómo te fue?
—Bien. —llega hasta la cocina y le planta un beso en la frente a ella.
A la mujer que no lo parió, pero lo crio. —¿Está caliente la pava?
—Si, mi amor. Recién la corrí. ¡Ah! Antes que me olvide. Llamó Carla,
me dijo que por favor la llames apenas llegues.
—¿Pasó algo?
—No me dijo. Parecía apurada. Ni le pregunté.
—Bueno… ya la llamo. Espero que no sea nada de los papeles… —se acercó
al sillón y marcó el numero de memoria. —¿Carla? Si, soy yo. ¿Qué pasó? ¿todo
bien? Ah… okey. Sí, decime. No, no. No, la camioneta no suelo usarla los fines
de semana. ¿mañana? ¿Dónde? Sí, conozco. Sí, sí. Vos sabes que tengo todo en
regla y que puedo ir hasta Capital. ¿Cuántos son? Ajá. Sí. Sí. Genial. Sí, de
ultima le saco las cosas de atrás y hay lugar para una silla de ruedas. Dale,
no hay drama. Que pase por casa y se la lleva. No… no hay porqué. Mandale
saludos a tu vieja. Dale, Car. Perfecto. Seis y media. Un beso.
—¿Qué era, hijo? —Magdalena se había sentado a su lado y esperaba
noticias.
—se le rompió una de las camionetas y mañana tiene que llevar a un
grupo de nenes de la 501 a un paseo… y me pidió si le podía prestar la mía para
hacer el viaje.
—¿y quién la maneja?
—Ramón.
—Ahhhh. Si es Ramón, todo bien.
—Sí, por eso le dije que sí. El me la cuida.
La tarde fresca de Julio se fue despidiendo y dándole lugar a la noche.
Gerónimo se encerró en el garaje a revisar los últimos detalles para que el vehículo
estuviera diez puntos. Sacó las cajas y los trapos que tenía en la parte de
atrás y despejó el lugar. Mientras controlaba el agua y el aceite, el grito de
Magdalena lo sorprendió.
—Hijo… teléfono.
—Voy. —se limpió las manos así nomás con un trapo y entró. —¿hola? Ey…
¿Qué pasó? ¡Uh! ¡No me digas! ¿recién? ¿Cómo está? No… Sí, obvio. Si, tal cual.
¿se suspende? Ah. ¡¿Yo?! No sé… la verdad que nunca laburé con nenes así. ¿van
solos? ¡Ahhhh! Así, sí. ¿Bueno… cuantos son entonces? Bien. ¿y cada uno con un
acompañante? Y si… dale. La verdad que la plata me vendría muy bien a esta
altura del mes. Genial. Okey. A las 8 en…. Sí, decime que anoto. Bien. Dale…
perfecto. Ah, ¿también? ¿Y dónde vive? Ah… listo, listo...mejor. No, no pasa
nada. Mandale un abrazo a Ramón que se mejore y que se cuide.
—La presión ¿no? —le preguntó Magdalena mientras colocaba los platos en
la mesa.
—Sí. Voy yo.
—Unos mangos más, hijo. Unos mangos más.
—Seh…
Se levantó a las seis, se duchó, desayunó y salió despacito hacia la
dirección que Carla le había dado. Cuando llegó ya estaban los chicos
acompañados por sus padres. Estacionó y se bajó a saludar. Lo sorprendieron con
festejos y aplausos.
—Buenos días. Yo soy Gerónimo. —dijo levantando la mano con vergüenza.
Una mujer grande se le acercó y lo saludó con un beso. Le explicó que
los chicos vienen esperando esta salida hace meses. Que cuando supieron que
casi se suspendía, se entristecieron hasta que una de las maestras, les avisó
que habían conseguido chofer. Cuando por fin terminó con los detalles de la
salida, lo tomó del hombro y lo acercó al grupo de adultos que charlaba sin
dejar de mirar a los chicos, dos pasos más lejos. No todos eran los padres,
algunos eran abuelos. Cuando se le acabaron los saludos y dio vuelta a la
ronda, se los quedó mirando.
—¿nos vamos?
—Estamos esperando a la señorita Nati. —dijo una de las mujeres.
—Pero… ya son las… 8:15.
—Ella es así. Vive atolondrada.
—llega tarde siempre. —Gerónimo revoleó los ojos y se dedicó a observar
a los chicos a su lado. Nunca había tratado
con nenes con capacidades diferentes. No sabía como hablarles, qué decirles.
¿Dónde había ido a parar todo su encanto con los chicos?
—Chicos. Ahí viene la Seño. —alguien comentó e hizo que desviara la
mirada hacia donde todo el grupo señalaba.
La señorita Nati era la dueña de la cabellera dorada más hermosa que
jamás había visto. Todavía le faltaba recorrer una cuadra y aun así, desde
donde estaban, podían ver su enorme sonrisa. Tenía un… ¿pullover? rosado y un
bolso enorme sobre sus piernas. Era ella la dueña de la silla de ruedas que
Carla había mencionado. Pero… pero… ¿pero como podía ser que ella fuese la
maestra? Mientras avanzaba y era interceptada por los chicos, Gerónimo pensaba
que quizás había sufrido algún accidente en el ultimo tiempo. Quizás…
—¡Hola! —Ya estaba ahí a su lado. —¿Vos sos Gerónimo?
—Eh…eh… Sí. Soy yo. —Se agachó y la saludó.
—Yo soy Natalia. Hablé con Carla y me dijo que tenías todo listo.
¿puede ser?
—Sí. Si. Te estábamos esperando a vos.
—Se ve que no te conoce, Nati. —bromeó el único hombre del grupo aparte
de él.
—Ja. Ja. Ja. Que chistoso que estás, Rober. Bueno… si ya estamos todos,
vámonos. —Y volvió a sonreír. —Suban chicos.
—¿Cómo… como… hacemos esto? —le preguntó Gerónimo alternando la mirada
entre sus ojos azules y la silla de ruedas.
—Ahora cuando se acomoden todos, me ayudas a subir adelante… y ya.
—Simple. Sin vueltas. Sin dejar de sonreír.
Ella extendió los brazos y se colgó de su cuello para poder subir al
asiento de adelante. Gerónimo tardó un poco más para saborear la fragancia
dulce que salía de su cuello traslucido. Tenía pecas y tres lugares junto a la
oreja.
—Gracias. —guardó la silla en la parte de atrás y se acomodó al
volante.
—¿es… temporario? —le preguntó mientras giraba la llave.
—¿Qué cosa?
—La parálisis.
—¡Ah! No, no. Es para siempre. —comentó sin darle lugar a más
preguntas. —¿están listos? —Gritó y se giró para ver las caras de atrás. Un
coro de si, respondieron su pregunta. —Pues… allí vamos. ¡Adelante, Gerónimo!
La salida terminó siendo más larga de lo que habían planificado porque
Gerónimo no quería volver. Además del Rosedal, visitaron los bosques de Palermo
y les hizo un city tour por el Centro Porteño. Caminaron por Puerto Madero y
desistieron de ir a San Telmo porque tanto grandes como chicos, estaban
agotados. Para cuando subieron a la autopista, los ronquidos opacaron los
ruidos de la ciudad. Cinco minutos más y
los únicos dos despiertos eran él y la Señorita Natalia.
—¿hace mucho que trabajás en la escuela?
—Tres años.
—¿Y sos maestra…?
—Sí. Maestra especial.
—¿y?
—¿y qué?
—Debe ser duro, ¿no?
—No. Es el mejor trabajo que puedo tener. Ellos son los seres más
dulces que hay sobre la tierra. Inocentes, honestos…—volvió a sonreír. ¿es que
acaso tiene pegada la sonrisa en la cara?
—Pregunto porque a mi al principio me costó. No sabía cómo tratarlos.
Cómo dirigirme a ellos. Me da vergüenza admitirlo, pero…
—No te preocupes. No te juzgo. Desafortunadamente, no estamos criados
para convivir con ellos. Ni ellos, con nosotros.
—Es verdad.
Un silencio rodeado de ronquidos se tejió entre los dos.
—¿Sos del barrio? —le preguntó Natalia sin dejar de mirar el paisaje
por la ventanilla.
—Sí. ¿vos?
—También.
—¿y como es nunca te vi? ¿Cuántos años tenés?
—33. ¿Vos?
—36.
Otro silencio. Esta vez un poco más largo que el anterior.
—Perdón si me desubico con la pregunta… —Gerónimo aclaró —pero… ¿Cómo
haces?
—¿Con la silla?
—Sí.
—Hago una vida normal. Ya aprendí a manejarme sola. Lo único que me
cuestan son los vehículos altos como este. Lo demás puedo sola.
—Mira vos… ¿y con los chicos? ¿en el cole?
—Re bien. Claramente, soy una más.
Gerónimo no quiso dejar a nadie en la dirección donde los levantó. Como
cada día de su semana se encargó de llevar uno por uno. La ultima fue la
Señorita Nati. Bajó la silla primero y la acomodó en la vereda. Otra vez los
brazos de ella sobre su cuello, su perfume que aun revoloteaba por su piel y
las mismas sensaciones que la mañana. La sentó y le entregó su bolso.
—Gracias por traerme. De verdad. No solo a mí, sino a los chicos.
—No hay porqué. Para mi fue un placer y la verdad que quería quedarme
un poco más con…
—¡Nati! —Una voz masculina y la puerta abriéndose.
—Hola, mi amor. Te presento el es Gerónimo. El chofer que nos salvó la
excursión.
—¿Qué tal? —apretón de manos y sonrisas incomodas. — ¡Que tarde
volvieron! Tu mamá ya me llamó seis veces.
—Es que este Santo… nos llevó a recorrer la ciudad. ¿podes creer? Los
chicos estaban felices. Camila que nunca se ríe estaba extasiada.
—Bueno Gerónimo, es el héroe del día.
—Así es.
—Bueno… me voy a ir retirando. Me alegro que la hayan pasado lindo. Yo
también me divertí. Adiós.
—¡Gerónimo! —le gritó ella antes de que diera la vuelta a la camioneta.
—Deme su número, por favor. La próxima excursión la quiero hacer con usted.
—Pidaselo a Carla, por favor. Yo no me lo acuerdo.
Apresuró el paso, se subió y se alejó de la pareja que lo miraba entre
sorprendidos y confundidos.
Magdalena lo esperaba sentada en el sillón de la ventana, preocupada. Cuando
lo vio venir, abrió las puertas del garaje y corrió a poner la pava para los
mates.
—Viejita…
—¿Cómo te fue?
—Bien.
—¿Cómo se portaron los nenes?
—excelente.
—Ya puse la pava.
—Bueno.
—Estas raro. ¿Qué pasó? ¿pasó algo en el viaje?
—No…
—¿seguro? Te conozco. Este no parece un viaje más.
—No, la verdad que no. Este no fue un viaje más.
Dos horas después.
—Hijo… teléfono.
—¿Quién es? —le preguntó mientras bajaba.
—Una tal Natalia.