lunes, 15 de enero de 2018

¿Un viaje más?



—Hasta el lunes, Juanita. —se despidió de ella con la mano abierta y la sonrisa clavada en los labios. La misma sonrisa que lo acompaña cada mañana, cada mediodía y cada tarde cuando va a buscar o a dejar a los chicos al colegio.
Gerónimo se compró la camioneta con sus ahorros y con algo de plata que le prestó su hermano mayor. Empezó a hacer viajes escolares hace tres años y nunca ha sido más feliz. Disfruta de los niños, de sus miradas, de sus risas y pasa los días entre chupetines y canciones infantiles.
Gerónimo es el más joven de los choferes que estacionan su camioneta frente al colegio. Apenas tiene 36 años. Acompañado por Elvira, una mujer regordeta de gestos simpáticos, pasa casa por casa y recoge a los 9 nenes que deja bien temprano y retira más tarde. En el camino de vuelta, algunos suben y otros bajan. Vuelven al colegio y dejan a los pequeños del turno tarde. Para las seis, Gerónimo ya ha entregado a cada uno, dejado a Elvira en su casa y regresado a la suya.
—¿Gero, sos vos?
—Si, vieja. Soy yo. —le responde desde la puerta.
—¿Cómo te fue?
—Bien. —llega hasta la cocina y le planta un beso en la frente a ella. A la mujer que no lo parió, pero lo crio. —¿Está caliente la pava?
—Si, mi amor. Recién la corrí. ¡Ah! Antes que me olvide. Llamó Carla, me dijo que por favor la llames apenas llegues.
—¿Pasó algo?
—No me dijo. Parecía apurada. Ni le pregunté.
—Bueno… ya la llamo. Espero que no sea nada de los papeles… —se acercó al sillón y marcó el numero de memoria. —¿Carla? Si, soy yo. ¿Qué pasó? ¿todo bien? Ah… okey. Sí, decime. No, no. No, la camioneta no suelo usarla los fines de semana. ¿mañana? ¿Dónde? Sí, conozco. Sí, sí. Vos sabes que tengo todo en regla y que puedo ir hasta Capital. ¿Cuántos son? Ajá. Sí. Sí. Genial. Sí, de ultima le saco las cosas de atrás y hay lugar para una silla de ruedas. Dale, no hay drama. Que pase por casa y se la lleva. No… no hay porqué. Mandale saludos a tu vieja. Dale, Car. Perfecto. Seis y media. Un beso.
—¿Qué era, hijo? —Magdalena se había sentado a su lado y esperaba noticias.
—se le rompió una de las camionetas y mañana tiene que llevar a un grupo de nenes de la 501 a un paseo… y me pidió si le podía prestar la mía para hacer el viaje.
—¿y quién la maneja?
—Ramón.
—Ahhhh. Si es Ramón, todo bien.
—Sí, por eso le dije que sí. El me la cuida.
La tarde fresca de Julio se fue despidiendo y dándole lugar a la noche. Gerónimo se encerró en el garaje a revisar los últimos detalles para que el vehículo estuviera diez puntos. Sacó las cajas y los trapos que tenía en la parte de atrás y despejó el lugar. Mientras controlaba el agua y el aceite, el grito de Magdalena lo sorprendió.
—Hijo… teléfono.
—Voy. —se limpió las manos así nomás con un trapo y entró. —¿hola? Ey… ¿Qué pasó? ¡Uh! ¡No me digas! ¿recién? ¿Cómo está? No… Sí, obvio. Si, tal cual. ¿se suspende? Ah. ¡¿Yo?! No sé… la verdad que nunca laburé con nenes así. ¿van solos? ¡Ahhhh! Así, sí. ¿Bueno… cuantos son entonces? Bien. ¿y cada uno con un acompañante? Y si… dale. La verdad que la plata me vendría muy bien a esta altura del mes. Genial. Okey. A las 8 en…. Sí, decime que anoto. Bien. Dale… perfecto. Ah, ¿también? ¿Y dónde vive? Ah… listo, listo...mejor. No, no pasa nada. Mandale un abrazo a Ramón que se mejore y que se cuide.
—La presión ¿no? —le preguntó Magdalena mientras colocaba los platos en la mesa.
—Sí. Voy yo.
—Unos mangos más, hijo. Unos mangos más.
—Seh…
Se levantó a las seis, se duchó, desayunó y salió despacito hacia la dirección que Carla le había dado. Cuando llegó ya estaban los chicos acompañados por sus padres. Estacionó y se bajó a saludar. Lo sorprendieron con festejos y aplausos.
—Buenos días. Yo soy Gerónimo. —dijo levantando la mano con vergüenza.
Una mujer grande se le acercó y lo saludó con un beso. Le explicó que los chicos vienen esperando esta salida hace meses. Que cuando supieron que casi se suspendía, se entristecieron hasta que una de las maestras, les avisó que habían conseguido chofer. Cuando por fin terminó con los detalles de la salida, lo tomó del hombro y lo acercó al grupo de adultos que charlaba sin dejar de mirar a los chicos, dos pasos más lejos. No todos eran los padres, algunos eran abuelos. Cuando se le acabaron los saludos y dio vuelta a la ronda, se los quedó mirando.
—¿nos vamos?
—Estamos esperando a la señorita Nati. —dijo una de las mujeres.
—Pero… ya son las… 8:15.
—Ella es así. Vive atolondrada.
—llega tarde siempre. —Gerónimo revoleó los ojos y se dedicó a observar a los chicos a su lado.  Nunca había tratado con nenes con capacidades diferentes. No sabía como hablarles, qué decirles. ¿Dónde había ido a parar todo su encanto con los chicos?
—Chicos. Ahí viene la Seño. —alguien comentó e hizo que desviara la mirada hacia donde todo el grupo señalaba.
La señorita Nati era la dueña de la cabellera dorada más hermosa que jamás había visto. Todavía le faltaba recorrer una cuadra y aun así, desde donde estaban, podían ver su enorme sonrisa. Tenía un… ¿pullover? rosado y un bolso enorme sobre sus piernas. Era ella la dueña de la silla de ruedas que Carla había mencionado. Pero… pero… ¿pero como podía ser que ella fuese la maestra? Mientras avanzaba y era interceptada por los chicos, Gerónimo pensaba que quizás había sufrido algún accidente en el ultimo tiempo. Quizás…
—¡Hola! —Ya estaba ahí a su lado. —¿Vos sos Gerónimo?
—Eh…eh… Sí. Soy yo. —Se agachó y la saludó.
—Yo soy Natalia. Hablé con Carla y me dijo que tenías todo listo. ¿puede ser?
—Sí. Si. Te estábamos esperando a vos.
—Se ve que no te conoce, Nati. —bromeó el único hombre del grupo aparte de él.
—Ja. Ja. Ja. Que chistoso que estás, Rober. Bueno… si ya estamos todos, vámonos. —Y volvió a sonreír. —Suban chicos.
—¿Cómo… como… hacemos esto? —le preguntó Gerónimo alternando la mirada entre sus ojos azules y la silla de ruedas.
—Ahora cuando se acomoden todos, me ayudas a subir adelante… y ya. —Simple. Sin vueltas. Sin dejar de sonreír.
Ella extendió los brazos y se colgó de su cuello para poder subir al asiento de adelante. Gerónimo tardó un poco más para saborear la fragancia dulce que salía de su cuello traslucido. Tenía pecas y tres lugares junto a la oreja.
—Gracias. —guardó la silla en la parte de atrás y se acomodó al volante.
—¿es… temporario? —le preguntó mientras giraba la llave.
—¿Qué cosa?
—La parálisis.
—¡Ah! No, no. Es para siempre. —comentó sin darle lugar a más preguntas. —¿están listos? —Gritó y se giró para ver las caras de atrás. Un coro de si, respondieron su pregunta. —Pues… allí vamos. ¡Adelante, Gerónimo!
La salida terminó siendo más larga de lo que habían planificado porque Gerónimo no quería volver. Además del Rosedal, visitaron los bosques de Palermo y les hizo un city tour por el Centro Porteño. Caminaron por Puerto Madero y desistieron de ir a San Telmo porque tanto grandes como chicos, estaban agotados. Para cuando subieron a la autopista, los ronquidos opacaron los ruidos de la ciudad.  Cinco minutos más y los únicos dos despiertos eran él y la Señorita Natalia.
—¿hace mucho que trabajás en la escuela?
—Tres años.
—¿Y sos maestra…?
—Sí. Maestra especial.
—¿y?
—¿y qué?
—Debe ser duro, ¿no?
—No. Es el mejor trabajo que puedo tener. Ellos son los seres más dulces que hay sobre la tierra. Inocentes, honestos…—volvió a sonreír. ¿es que acaso tiene pegada la sonrisa en la cara?
—Pregunto porque a mi al principio me costó. No sabía cómo tratarlos. Cómo dirigirme a ellos. Me da vergüenza admitirlo, pero…
—No te preocupes. No te juzgo. Desafortunadamente, no estamos criados para convivir con ellos. Ni ellos, con nosotros.
—Es verdad.
Un silencio rodeado de ronquidos se tejió entre los dos.
—¿Sos del barrio? —le preguntó Natalia sin dejar de mirar el paisaje por la ventanilla.
—Sí. ¿vos?
—También.
—¿y como es nunca te vi? ¿Cuántos años tenés?
—33. ¿Vos?
—36.
Otro silencio. Esta vez un poco más largo que el anterior.
—Perdón si me desubico con la pregunta… —Gerónimo aclaró —pero… ¿Cómo haces?
—¿Con la silla?
—Sí.
—Hago una vida normal. Ya aprendí a manejarme sola. Lo único que me cuestan son los vehículos altos como este. Lo demás puedo sola.
—Mira vos… ¿y con los chicos? ¿en el cole?
—Re bien. Claramente, soy una más.
Gerónimo no quiso dejar a nadie en la dirección donde los levantó. Como cada día de su semana se encargó de llevar uno por uno. La ultima fue la Señorita Nati. Bajó la silla primero y la acomodó en la vereda. Otra vez los brazos de ella sobre su cuello, su perfume que aun revoloteaba por su piel y las mismas sensaciones que la mañana. La sentó y le entregó su bolso.
—Gracias por traerme. De verdad. No solo a mí, sino a los chicos.
—No hay porqué. Para mi fue un placer y la verdad que quería quedarme un poco más con…
—¡Nati! —Una voz masculina y la puerta abriéndose.
—Hola, mi amor. Te presento el es Gerónimo. El chofer que nos salvó la excursión.
—¿Qué tal? —apretón de manos y sonrisas incomodas. — ¡Que tarde volvieron! Tu mamá ya me llamó seis veces.
—Es que este Santo… nos llevó a recorrer la ciudad. ¿podes creer? Los chicos estaban felices. Camila que nunca se ríe estaba extasiada.
—Bueno Gerónimo, es el héroe del día.
—Así es.
—Bueno… me voy a ir retirando. Me alegro que la hayan pasado lindo. Yo también me divertí. Adiós.
—¡Gerónimo! —le gritó ella antes de que diera la vuelta a la camioneta. —Deme su número, por favor. La próxima excursión la quiero hacer con usted.
—Pidaselo a Carla, por favor. Yo no me lo acuerdo.
Apresuró el paso, se subió y se alejó de la pareja que lo miraba entre sorprendidos y confundidos.
Magdalena lo esperaba sentada en el sillón de la ventana, preocupada. Cuando lo vio venir, abrió las puertas del garaje y corrió a poner la pava para los mates.
—Viejita…
—¿Cómo te fue?
—Bien.
—¿Cómo se portaron los nenes?
—excelente.
—Ya puse la pava.
—Bueno.
—Estas raro. ¿Qué pasó? ¿pasó algo en el viaje?
—No…
—¿seguro? Te conozco. Este no parece un viaje más.
—No, la verdad que no. Este no fue un viaje más. 

Dos horas después.

            —Hijo… teléfono.
—¿Quién es? —le preguntó mientras bajaba.
—Una tal Natalia.