Inés;
Estás en el curso de crochet y
aproveché que Juancito se llevó a los nenes un poco más temprano, para
escribirte esta pequeña carta. Como
siempre me pedís que te escriba, que te diga lo que siente mi corazón, o que te
diga “cosas lindas” y nunca lo he hecho. Acá está.
Se acerca el gran día y no puedo evitar
emocionarme al pensar en que hemos pasado toda una vida juntos. Una vida
repleta de altibajos, de logros, de penas, de risas. Pero sobre todo de mucho
amor. Porque, Inesita de mi corazón, hoy casi sesenta años después de aquel tres
de marzo, siento el mismo cosquilleo cuando te veo venir, como el que sentí
cuando te vi por primera vez. O como el que sentí cuando te besé a escondidas
en un rincón de la Iglesia de la Merced.
No puedo enumerar los miles de recuerdos que
se me vienen a la cabeza cuando pienso en todo lo que hemos pasado, lo que
hemos vivido. Recuerdo nuestra primera vez, y aún hoy se me eriza la piel.
Aunque con tantas arrugas no sé si se pueda ver. Pienso en el día que nació
Sandra, y siento que el corazón se me sale por el pecho. ¡Qué valiente fuiste,
negrita! Después me regalaste dos soles más; Juan y Pedro. Ustedes cuatro
fueron y serán siempre la luz de mis ojos. Y Pedro aún más, que nos ilumina
desde arriba. La estrellita que nos guía. Qué duro fue. Y ahora que lo pienso,
no podríamos haberlo logrado separados.
Y, así, nos doblamos como el junco, pero
seguimos firmes. Soportando cada una de las tormentas que nos atravesaron. Y
cuando asomaba el sol cada día, volvíamos a mirarnos, a mimarnos, a cuidarnos.
Como si los problemas pasaran como las nubes negras. Las mismas que el día
anterior borraban nuestra sonrisa. Nos volvíamos a elegir, negrita. Cada día. Nos
volvíamos a elegir.
Hoy sesenta años después, nos seguimos
eligiendo. Elijo tu mal humor en las mañanas o cuando el hambre se apodera de
vos. Elijo tu mirada sincera y franca. Elijo tus dientes postizos y tu ropa de
cama. Elijo cada pliegue y cada arruga
de tu cuerpo. Te elegí ese domingo, y te elijo hoy. Te elijo como amiga, como
esposa, como madre y como abuela. Como amante y compañera.
Creo que, si Dios me llamara a comparecer ante
sus puertas mañana, no quisiera irme sin antes decirte cuanto es que te ama mi
corazón. No quisiera partir sin expresar lo importante que sos para mí. La
felicidad que me da despertarme en la madrugada y verte a mi lado, aún hoy,
acurrucada. Recorrer las calles de tu mano, antes apresurados y hoy
más sosegados. Los amaneceres, los atardeceres, tus lágrimas de emoción y las de sinsentido.
Tus celos y tus miedos. Te amo con todo mi cuerpo. Entero.
Para
terminar, le pido al Señor, que tus ojos sean lo último que contemplen los
míos. Que tu voz sea lo último que escuche, antes de encontrarme con Pedro. ¿Y
si es al revés? Atrás tuyo iré yo. Como siempre ha sido. Te seguiré en cada
locura, a través de cada nube y en cada rayo de sol. Porque donde estés,
negrita, estaré yo.
¡Feliz
Aniversario, mi amor!