“Si buscamos un culpable, condenemos al orgullo.”
Anónimo.
Sebastián estaba a menos de una hora de distancia.
Sebastián estaba con otra mujer.
Sebastián tenía novia.
Sebastián le había dicho que la extrañaba, pero, sin embargo, estaba
saliendo con otra.
Sebastián… ¿la estaba histériqueando?
La ira iba tomando forma de nube negra, cargada de granizo a punto de
llenar de abolladuras lo que se cruzara por el camino. En un ataque de rabia,
tomó el celular, borró los mensajes y bloqueó el contacto.
A ella, no. ¿Qué se pensaba? No, no. Ahí se acababa la leve esperanza
de… nada.
—¿Estás lista? —Cecilia le golpeó la puerta.
—Sí. Ya voy. —Salió del baño y se encontró con Cecilia esperándola sentada
sobre la cama.
—Media hora para hacer pis.
—Va. Ca. Cio. Nes. —le deletreó al pasar por su lado.
—¿Vamos a otra playa o a la misma? Podemos ir hacia la derecha… Igual,
cuando llegue Pablo vamos a recorrer más porque me decía anoche que quería
alquilar algo para salir por ahí.
—Por mí, donde estábamos ayer está perfecto. Tranquilo. Sin mucha gente…
Podemos comprar algo para comer y nos quedamos ahí todo el día. ¿Qué te parece?
—Me parece perfecto.
—Vamos, entonces.
Esta vez, bajaron hasta la playa por otro camino. Sandra iba admirada
con las casas tan lindas que veía y Cecilia a la vez, tomaba ideas para la
suya. Llegaron un poco más temprano que el primer día así que, pudieron
disfrutar del agua para ellas solas.
—Te queda preciosa esa bikini. Mejor que a mí, te diría.
—Solo me la pongo para que no me hinches las pelotas.
—Apuesto que cuando llegués a Buenos Aires te vas a comprar una. No lo
querés admitir, pero te gusta cómo te queda.
—Dejá de mentir…—le arrojó un poco de agua a la cara y comenzaron a
jugar.
En eso estaban, riéndose a carcajadas cuando una voz la detuvo;
—¡Ceci! ¡Ey!
Sandra estaba de espaldas a la costa así que lo único que vio fue los
gestos de su amiga y la mutación en su rostro que alternaba la mirada entre
ella y la persona que la había llamado.
—Es él, ¿no?
—Sí. ¿Querés quedarte acá y veo si lo puedo convencer de que se vaya?
—¿Está solo?
—Sí.
—No, está bien. En algún momento me lo voy a cruzar. Ya fue. Ahora… ¿Qué
clase de brujería es esta? De millones de lugares… ¿justo tiene que venir al
mismo que vos?
—No sabía. Te lo juro.
Sandra se tiró hacia atrás para mojarse el pelo y de pasó tomar el aire
necesario para enfrentarlo. Ahora, su actitud sería diferente. Estaba decidida
a sacarlo de su vida y de su corazón. Y si podía, lastimarlo en el camino para
que sufra por mentiroso.
—Seba… —Cecilia llegó primero y lo abrazó empapándolo.
—Salí a caminar y pensé en venir para este lado a saludar. Justo te…
—Hola, Seba. —Sandra se acercó, le dio un beso y continuó su camino
hasta la manta que habían dejado a la sombra.
Sebastián la observó y enseguida miró a su prima.
—¿Qué hace acá?
—Vino conmigo.
—Pero… no me dijiste que habías venido con una amiga de…
—Te mentí.
—¿Por qué no me dijiste que venías con ella?
—No lo supe hasta la semana pasada. Pablo tuvo problemas y la invité.
Ahora… vos tampoco me dijiste que ibas a venir. Pensé que no tenías vacaciones.
—Mi jefe me dio los días.
—Bueno. Ahora te imaginarás que lo de la juntada no será posible. Por lo
menos no en estos días.
—No lo puedo creer.
—Yo tampoco puedo creer que hayas venido con la yarará esa.
—No empieces. Tami no es tan mala como vos pensás.
—Tan mala… Bue… ¿Te quedás? Vamos a hacer unos mates.
Sebastián giró y se encontró con aquel cuerpo que había besado en varias
oportunidades y que conocía de memoria. Ahora, con un poco más de redondeces,
pero igual de excitante. Ese traje de baño azul le quedaba fabuloso y no pudo
evitar comparar sus medidas con las de su… ¿novia? Puaj. De solo pensarlo se le
hizo un nudo en el estómago. Debía irse. Debía volver a despertar a Tamara para
ir a la playa con ella. Sin embargo…
—Me quedo un rato. —avanzó con paso seguro y mirándola directamente a
ella.
—Seba se queda a tomar unos mates. —dijo Cecilia que venía detrás de él.
Juntó las manos y le dibujó un perdón con los labios a su amiga que la miraba
sorprendida.
—Bueno… pero yo no hago. Me voy a recostar al sol.
Sandra tomó su toallón y lo estiró a unos pocos metros. Necesitaba
correrse de su diámetro. No pensaba compartir la manta con él porque eso
significaba tocarlo, rozarlo, sentirlo. Primero, prefería ser calcinada con los
rayos del sol.
—Yo hago. —comentó Cecilia.
Apenas sí tomó dos mates. Ellos dos hablaban de Susana y de Rodrigo, de
Pablo, de María… como si ella no estuviera ahí. Acalorada, se puso de pie y
decidió meterse al agua. Sebastián la imitó.
—¿Dónde vas? —le preguntó Cecilia.
—Al agua. Hace calor.
—No hagás pavadas. Vos tenés novia, ella también. No seas idiota.
—Voy a darme un chapuzón. Nada más.
Sandra se zambulló de una vez y dio unas cuantas brazadas mar adentro.
El agua enseguida refrescó su cuerpo y sintió alivio después de haber estado
quemándose bajo el sol. A los pocos segundos, un movimiento a su alrededor la
alertó e hizo que girara para mirar hacia la costa. A unos pocos centímetros,
el hombre más hermoso que había visto jamás emergía del agua. Las gotas caían a
lo largo de su abdomen y ella sintió que se desarmaría en ese mismo lugar; que
se derretiría y sería una con el mar. Sebastián se pasó las manos por la cabeza
llevando su pelo hacia atrás y dejando al descubierto ese rostro perfecto,
dorado por el sol. Sandra se imaginó besando su boca, mordiendo sus labios y…
¡Basta! Comenzó a caminar hacia la costa cuando él le dijo:
—Me encanta como te queda esa bikini…
—¡Quién te preguntó! —le respondió ella.
—¿Por qué estás tan enojada? —le preguntó, alcanzándola en dos pasos.
—Yo no estoy enojada. ¿Por qué debería estarlo?
—El otro día en el colectivo estabas más simpática ahora… ni siquiera me
dirigiste la palabra.
—No tengo nada que decirte, de verdad.
—¿Ya salen? —interrumpió Cecilia cuando los alcanzó en la orilla.
—Sí. —dijeron los dos al unísono.
—Bueno… —comentó Cecilia incómoda.
Sandra tomó su toallón y se acomodó debajo de la sombra. Sebastián se le
acercó y agarró su remera. No se miraron.
—Ceci… te escribo así organizamos la salida juntos.
—Eh… bueno, pero cuando venga Pablo. Ya te dije.
—Sí, sí. La vamos a pasar genial. Me voy que me deben estar esperando.
Chau.
Sebastián se perdió en el horizonte. Cecilia se sentó junto a su amiga a
la espera de alguna palabra.
—Son dos idiotas. —dijo por fin al ver que Sandra no reaccionaba.
—¿Quiénes?
—Vos y él.
—Idiota, él. Se comporta como lo que es, un nene.
—¿Y por casa cómo andamos? Siempre me decís que es un pendejo, pero vos
no estás muy lejos con este comportamiento.
—¿Yo? ¿Qué decís? Solo pongo distancia.
—Ya pasaron dos años. Vos estás con un flaco, él con otra mina. ¿Qué
distancia tenés que poner? Se supone que ninguna, ¿O no? Pero…Sin embaro… los
dos con pareja y siguen con las mismas estupideces. Ninguno de los dos se
superó. Por eso digo que son unos idiotas.
—Me encantaría no sentir nada por él. —le confesó y agachó la cabeza
rendida— Te juro. Me encantaría mirarlo y que no se mueva ni un solo pelo.
Nada. Cero reacción.
—Pero…
—Pero me es imposible. Y sé que tengo que olvidarme, dejarlo ir. Pero mi
cuerpo lo ve y es como….
—Como un imán.
—¡Exacto!
—Me pasa lo mismo con Pablo. Lo veo y…—suspiró— Es como si me enamorara
de él cada vez que lo veo. Me convierto en una…
—Estúpida.
—Eso mismo.
—¡Y me molesta tanto! Odio que tenga tanto poder sobre mí. Lo odio. —se
paró y se alejó hacia la playa. A los pocos segundos, Cecilia se arrimó y la
tomó de la mano.
—Se aman. —Sandra negó con la cabeza. —Sí. Lo que pasa es que ninguno de
los dos sabe cómo demostrarle al otro lo que sienten en verdad. Los dos se están
escondiendo detrás de esas máscaras tontas que se pusieron. Vos en el papel de
mujer madura que no quiere tener nada que ver con, según vos, un pibe más
joven. Y él, en robot testarudo que no es capaz de decirte que te extraña y que
te quiere en su vida. Me tienen harta.
—Es más complicado que eso, Cecilia. Lo nuestro no sucedió como lo tuyo
con Pablo. Tan lindo, tan rosa. Yo soy una mina que…
—¿Qué qué?
—Tengo mil mambos. Mil cosas que resolver. Necesito estabilidad, mental
y sentimental. Sebastián no es capaz de dármela. Lo intentamos, no se pudo.
—¿Lo intentaron? ¿Cuánto? Dos meses.
—No fueron dos meses. Pero no importa… Ayudame a sacármelo de la cabeza,
Cecilia. Por favor. —le rogó con la mirada.
—Es que… no quiero, ¿Sabés?
—¿Qué?
—No quiero que se saquen de sus cabezas. —sonrió. —Quiero que estén
juntos. Ustedes deberían estar juntos. Agarrándose de los pelos, pero
juntos. ¿Entendés? Yo ya te lo había dicho. Mi primo jamás fue tan feliz como
cuando estaba con vos. Y vos, tampoco. Se hacen bien.
—No, no…
—¡Sí! Y vos, aunque no lo querés admitir, yo lo sé. Vos querés ponerte
en ese plan de que no te importa, que no lo amás… pero vos y yo sabemos y hoy
tuvimos la prueba fehaciente, que seguís queriéndolo.
—No quiero hablar más. ¿Nos metemos?
—Una cosa te voy a decir. Si no son sinceros, se van a lastimar y mucho.
—¿Más?
—Mucho más. Los conozco a los dos.
Esa noche Sandra apenas durmió. En su cabeza resonaban las palabras de
los dos; Sebastián halagándola y Cecilia diciéndole que deberían estar juntos. ¡Pero
sí ella ya lo había intentado! Dos años atrás. Había querido creer que su
relación podía llegar a buen puerto. Sin embargo… no había sido suficiente.
Para ninguno de los dos.