viernes, 27 de marzo de 2020

LUC: Capítulo 11: Bikini azul.


“Si buscamos un culpable, condenemos al orgullo.”
Anónimo.

Sebastián estaba a menos de una hora de distancia.
Sebastián estaba con otra mujer.
Sebastián tenía novia.
Sebastián le había dicho que la extrañaba, pero, sin embargo, estaba saliendo con otra.
Sebastián… ¿la estaba histériqueando?
La ira iba tomando forma de nube negra, cargada de granizo a punto de llenar de abolladuras lo que se cruzara por el camino. En un ataque de rabia, tomó el celular, borró los mensajes y bloqueó el contacto.
A ella, no. ¿Qué se pensaba? No, no. Ahí se acababa la leve esperanza de… nada.
—¿Estás lista? —Cecilia le golpeó la puerta.
—Sí. Ya voy. —Salió del baño y se encontró con Cecilia esperándola sentada sobre la cama.
—Media hora para hacer pis.
—Va. Ca. Cio. Nes. —le deletreó al pasar por su lado.
—¿Vamos a otra playa o a la misma? Podemos ir hacia la derecha… Igual, cuando llegue Pablo vamos a recorrer más porque me decía anoche que quería alquilar algo para salir por ahí.
—Por mí, donde estábamos ayer está perfecto. Tranquilo. Sin mucha gente… Podemos comprar algo para comer y nos quedamos ahí todo el día. ¿Qué te parece?
—Me parece perfecto.
—Vamos, entonces.
Esta vez, bajaron hasta la playa por otro camino. Sandra iba admirada con las casas tan lindas que veía y Cecilia a la vez, tomaba ideas para la suya. Llegaron un poco más temprano que el primer día así que, pudieron disfrutar del agua para ellas solas.
—Te queda preciosa esa bikini. Mejor que a mí, te diría.
—Solo me la pongo para que no me hinches las pelotas.
—Apuesto que cuando llegués a Buenos Aires te vas a comprar una. No lo querés admitir, pero te gusta cómo te queda.
—Dejá de mentir…—le arrojó un poco de agua a la cara y comenzaron a jugar.
En eso estaban, riéndose a carcajadas cuando una voz la detuvo;
—¡Ceci! ¡Ey!
Sandra estaba de espaldas a la costa así que lo único que vio fue los gestos de su amiga y la mutación en su rostro que alternaba la mirada entre ella y la persona que la había llamado.
—Es él, ¿no?
—Sí. ¿Querés quedarte acá y veo si lo puedo convencer de que se vaya?
—¿Está solo?
—Sí.
—No, está bien. En algún momento me lo voy a cruzar. Ya fue. Ahora… ¿Qué clase de brujería es esta? De millones de lugares… ¿justo tiene que venir al mismo que vos?
—No sabía. Te lo juro.
Sandra se tiró hacia atrás para mojarse el pelo y de pasó tomar el aire necesario para enfrentarlo. Ahora, su actitud sería diferente. Estaba decidida a sacarlo de su vida y de su corazón. Y si podía, lastimarlo en el camino para que sufra por mentiroso.
—Seba… —Cecilia llegó primero y lo abrazó empapándolo.
—Salí a caminar y pensé en venir para este lado a saludar. Justo te…
—Hola, Seba. —Sandra se acercó, le dio un beso y continuó su camino hasta la manta que habían dejado a la sombra.
Sebastián la observó y enseguida miró a su prima.
—¿Qué hace acá?
—Vino conmigo.
—Pero… no me dijiste que habías venido con una amiga de…
—Te mentí.
—¿Por qué no me dijiste que venías con ella?
—No lo supe hasta la semana pasada. Pablo tuvo problemas y la invité. Ahora… vos tampoco me dijiste que ibas a venir. Pensé que no tenías vacaciones.
—Mi jefe me dio los días.
—Bueno. Ahora te imaginarás que lo de la juntada no será posible. Por lo menos no en estos días.
—No lo puedo creer.
—Yo tampoco puedo creer que hayas venido con la yarará esa.
—No empieces. Tami no es tan mala como vos pensás.
—Tan mala… Bue… ¿Te quedás? Vamos a hacer unos mates.
Sebastián giró y se encontró con aquel cuerpo que había besado en varias oportunidades y que conocía de memoria. Ahora, con un poco más de redondeces, pero igual de excitante. Ese traje de baño azul le quedaba fabuloso y no pudo evitar comparar sus medidas con las de su… ¿novia? Puaj. De solo pensarlo se le hizo un nudo en el estómago. Debía irse. Debía volver a despertar a Tamara para ir a la playa con ella. Sin embargo…
—Me quedo un rato. —avanzó con paso seguro y mirándola directamente a ella.
—Seba se queda a tomar unos mates. —dijo Cecilia que venía detrás de él. Juntó las manos y le dibujó un perdón con los labios a su amiga que la miraba sorprendida.
—Bueno… pero yo no hago. Me voy a recostar al sol.
Sandra tomó su toallón y lo estiró a unos pocos metros. Necesitaba correrse de su diámetro. No pensaba compartir la manta con él porque eso significaba tocarlo, rozarlo, sentirlo. Primero, prefería ser calcinada con los rayos del sol.
—Yo hago. —comentó Cecilia.
Apenas sí tomó dos mates. Ellos dos hablaban de Susana y de Rodrigo, de Pablo, de María… como si ella no estuviera ahí. Acalorada, se puso de pie y decidió meterse al agua. Sebastián la imitó.
—¿Dónde vas? —le preguntó Cecilia.
—Al agua. Hace calor.
—No hagás pavadas. Vos tenés novia, ella también. No seas idiota.
—Voy a darme un chapuzón. Nada más.
Sandra se zambulló de una vez y dio unas cuantas brazadas mar adentro. El agua enseguida refrescó su cuerpo y sintió alivio después de haber estado quemándose bajo el sol. A los pocos segundos, un movimiento a su alrededor la alertó e hizo que girara para mirar hacia la costa. A unos pocos centímetros, el hombre más hermoso que había visto jamás emergía del agua. Las gotas caían a lo largo de su abdomen y ella sintió que se desarmaría en ese mismo lugar; que se derretiría y sería una con el mar. Sebastián se pasó las manos por la cabeza llevando su pelo hacia atrás y dejando al descubierto ese rostro perfecto, dorado por el sol. Sandra se imaginó besando su boca, mordiendo sus labios y… ¡Basta! Comenzó a caminar hacia la costa cuando él le dijo:
—Me encanta como te queda esa bikini…
—¡Quién te preguntó! —le respondió ella.
—¿Por qué estás tan enojada? —le preguntó, alcanzándola en dos pasos.
—Yo no estoy enojada. ¿Por qué debería estarlo?
—El otro día en el colectivo estabas más simpática ahora… ni siquiera me dirigiste la palabra.  
—No tengo nada que decirte, de verdad.
—¿Ya salen? —interrumpió Cecilia cuando los alcanzó en la orilla.
—Sí. —dijeron los dos al unísono.
—Bueno… —comentó Cecilia incómoda.
Sandra tomó su toallón y se acomodó debajo de la sombra. Sebastián se le acercó y agarró su remera. No se miraron.
—Ceci… te escribo así organizamos la salida juntos.
—Eh… bueno, pero cuando venga Pablo. Ya te dije.
—Sí, sí. La vamos a pasar genial. Me voy que me deben estar esperando. Chau.
Sebastián se perdió en el horizonte. Cecilia se sentó junto a su amiga a la espera de alguna palabra.
—Son dos idiotas. —dijo por fin al ver que Sandra no reaccionaba.
—¿Quiénes?
—Vos y él.
—Idiota, él. Se comporta como lo que es, un nene.
—¿Y por casa cómo andamos? Siempre me decís que es un pendejo, pero vos no estás muy lejos con este comportamiento.
—¿Yo? ¿Qué decís? Solo pongo distancia.
—Ya pasaron dos años. Vos estás con un flaco, él con otra mina. ¿Qué distancia tenés que poner? Se supone que ninguna, ¿O no? Pero…Sin embaro… los dos con pareja y siguen con las mismas estupideces. Ninguno de los dos se superó. Por eso digo que son unos idiotas.
—Me encantaría no sentir nada por él. —le confesó y agachó la cabeza rendida— Te juro. Me encantaría mirarlo y que no se mueva ni un solo pelo. Nada. Cero reacción.
—Pero…
—Pero me es imposible. Y sé que tengo que olvidarme, dejarlo ir. Pero mi cuerpo lo ve y es como….
—Como un imán.
—¡Exacto!
—Me pasa lo mismo con Pablo. Lo veo y…—suspiró— Es como si me enamorara de él cada vez que lo veo. Me convierto en una…
—Estúpida.
—Eso mismo.
—¡Y me molesta tanto! Odio que tenga tanto poder sobre mí. Lo odio. —se paró y se alejó hacia la playa. A los pocos segundos, Cecilia se arrimó y la tomó de la mano.
—Se aman. —Sandra negó con la cabeza. —Sí. Lo que pasa es que ninguno de los dos sabe cómo demostrarle al otro lo que sienten en verdad. Los dos se están escondiendo detrás de esas máscaras tontas que se pusieron. Vos en el papel de mujer madura que no quiere tener nada que ver con, según vos, un pibe más joven. Y él, en robot testarudo que no es capaz de decirte que te extraña y que te quiere en su vida. Me tienen harta.
—Es más complicado que eso, Cecilia. Lo nuestro no sucedió como lo tuyo con Pablo. Tan lindo, tan rosa. Yo soy una mina que…
—¿Qué qué?
—Tengo mil mambos. Mil cosas que resolver. Necesito estabilidad, mental y sentimental. Sebastián no es capaz de dármela. Lo intentamos, no se pudo.
—¿Lo intentaron? ¿Cuánto? Dos meses.
—No fueron dos meses. Pero no importa… Ayudame a sacármelo de la cabeza, Cecilia. Por favor. —le rogó con la mirada.
—Es que… no quiero, ¿Sabés?
—¿Qué?
—No quiero que se saquen de sus cabezas. —sonrió. —Quiero que estén juntos. Ustedes deberían estar juntos. Agarrándose de los pelos, pero juntos. ¿Entendés? Yo ya te lo había dicho. Mi primo jamás fue tan feliz como cuando estaba con vos. Y vos, tampoco. Se hacen bien.
—No, no…
—¡Sí! Y vos, aunque no lo querés admitir, yo lo sé. Vos querés ponerte en ese plan de que no te importa, que no lo amás… pero vos y yo sabemos y hoy tuvimos la prueba fehaciente, que seguís queriéndolo.
—No quiero hablar más. ¿Nos metemos?
—Una cosa te voy a decir. Si no son sinceros, se van a lastimar y mucho.
—¿Más?
—Mucho más. Los conozco a los dos.
Esa noche Sandra apenas durmió. En su cabeza resonaban las palabras de los dos; Sebastián halagándola y Cecilia diciéndole que deberían estar juntos. ¡Pero sí ella ya lo había intentado! Dos años atrás. Había querido creer que su relación podía llegar a buen puerto. Sin embargo… no había sido suficiente. Para ninguno de los dos.



miércoles, 18 de marzo de 2020

LUC: Capítulo 10: Alta voz.


“Hay palabras que llegan hasta los oídos, otras…”
Desconocido

¿Por qué no había venido antes? Ah, sí. Las obligaciones, la vida, la rutina; había que cuidar el mango siempre. Nunca le había alcanzado para salir de la provincia. Y tampoco se le había ocurrido, pero ahí estaba; maravillada con lo que estaba viviendo. Agradecida, sorprendida…
Brasil la obnubiló. Apenas puso un pie en el aeropuerto de Florianópolis el calor y la alegría del país, la inundó por completo. Cecilia le hablaba al taxista y le preguntaba acerca de la temperatura de los últimos días mientras ella, a través de los lentes de sol, no despegaba la mirada del paisaje que las envolvía.
—Estás muy callada. —comentó Cecilia.
—Estoy disfrutando de esto. —y le señaló el mar que aparecía a su izquierda.
—¿Conocías el mar?
—Fui dos veces a Mar del Plata. ¡Nada que ver!
—Nosotros descubrimos este lugar el año pasado. Nos gustó mucho y decidimos volver.

—Ya veo por qué. Es maravilloso.
—Sí que lo es.
Llegaron a Jureré cuarenta y cinco minutos después del arribo. Para esa altura la memoria del celular de Sandra ya pedía ser vaciada debido a tantas fotos que había sacado en el camino. Al avión, a la pista de aterrizaje, a los baños del aeropuerto, a los carteles, a las plantas, a las calles, a todo. Y maldijo no tener espacio para fotografiar la fachada del edificio donde se hospedarían.
—Hay una cama matrimonial y una de una plaza. Espero que no te joda dormir con nosotros.
—Ni lo sueñes. Me traigo el colchón para acá…—dijo señalando el living. —y listo. No se preocupen por mí.
—Como vos prefieras.
Dejaron los bolsos, se pusieron los trajes de baño y salieron a desayunar. Luego, a la playa. El sol brillaba en el cielo y según el chofer del taxi, debían aprovechar porque al día siguiente llovería. Caminaron unas cuadras hasta una especie de cafetería y se sentaron a comer algo. Sandra se sorprendió de ver que no había muchos negocios, ni shoppings, ni demasiada gente dando vueltas. Cecilia le explicó que aquel barrio era más residencial y que era justamente esa tranquilidad lo que les había gustado tanto. Le explicó de la división entre Jureré Tradicional y el Internacional; hablaron de los precios, de las playas. Una vez que terminaron, avanzaron por la Avenida SC-402 que luego se convirtió en Rodovia Sobrinho, hasta la playa. El sol para las diez de la mañana ya picaba y las hacía transpirar.
—Guau…—fue lo único que dijo Sandra mientras se quitaba las ojotas para sentir la arena en sus pies. Una arena muy muy diferente a la que recordaba de Mar del Plata. ¡Y el agua! El agua era… ¿Transparente? ¿Y las olas? ¿Dónde estaban?
—La única macana de esta playa es que no hay mucha sombra. Nos vamos a calcinar.
—No importa. ¡Es hermosa!
—Vamos más allá, vení.
Avanzaron hacia la izquierda y extendieron una manta debajo de un pequeño árbolito. Sandra no podía dejar de contemplar el mar, los barquitos que se encontraban amarrados más allá; algunos ya estaban en el agua y otros con kayaks, internados mar adentro.
—¿Sabés nadar? —le preguntó Cecilia.
—Sí. Cuando era chica fui a clases de natación. Mi abuela le tenía pánico al agua así que quiso que yo aprendiera por si acaso. —Se quitó los lentes y observó el panorama con sus propios ojos sin ningún tipo de impedimento.
—¿Vamos al agua? —Cecilia ya se había quitado el vestido y la miraba ansiosa.
—Sí. —Sandra se puso de pie e hizo lo mismo. Cuando se levantó la remera, su amiga soltó una leve risa que hizo que detuviera sus movimientos. —¿De qué te reís?
—¿Malla enteriza? ¿Posta?
—¿Qué tiene? —Sandra prosiguió y se quitó también los pantalones cortos. Una vez que estuvo lista, sacó el protector de la mochila y….
—¡Ya! —Cecilia la tironeó y la arrastró hasta el agua.
—Ey… déjame ponerme protector.
—¡Dejate de joder! Ahora te ponés, date un chapuzón primero…
Cecilia correteó y cuando el agua llegó a sus pantorrillas, pataleó empapando a su amiga que venía detrás. Avanzó un poco más y se zambulló. Sandra hizo lo mismo enseguida. El calor era insoportable.
—Dios… no me había dado cuenta de que hacía tanto calor.
—¿Por qué pensás que te apuré?  No pensaba esperar quince minutos a que te embadurnaras de crema. No, nena.
—Igual, ahora deberíamos ponernos. El sol nos va a matar.
—¡Deja de ser tan abuelita! —volvió a zambullirse—¡Disfrutá!
Sandra sonrió e hizo lo que su amiga le pedía. Disfrutar. En el agua se olvidó de todo; del negocio, del profesorado, de Juan Manuel y de Sebastián. De su pasado, de su identidad. De todo. El mar, como había leído alguna vez, tenía propiedades buenísimas, entre tantas, una era la reducción de la ansiedad. Y en verdad, estando ahí, sí que se sentía más relajada y tranquila.
Salieron al cabo de dos horas. Se pusieron protector y se sentaron a disfrutar de la vista.
—Más tarde te vas a probar una de mis bikinis.
—¿Qué? No, no. Yo traje las mías.
—¿Bikinis?
—Algo parecido. Creo que se llaman tankinis.
—Eso es como una malla enteriza.
—En dos partes.
—No, no. Yo quiero que uses bikini. Algo como esto. —y señaló la suya.
—¿Para qué? Yo me siento cómoda con esta.
—No es por comodidad que la usás.
—Bueno, la uso porque no quería gastar plata en comprar una nueva. —se rio ella sola.
—¿Por qué no bikini? —preguntó sin hacerle caso al comentario.
—Porque… no me quedan bien.
—Ah, ¿sí? Y que es lo que no te gusta, ¿se puede saber?
—Ay, Cecilia. Vine de vacaciones. No me sermonees.
—No te estoy sermoneando. Te estoy preguntando porque creo conocer el motivo por el cuál no usás bikini. Tenés un cuerpo lindo, armónico. ¡Animate!
—¡¿Qué decís?! Tengo el culo lleno de celulitis. Y la panza llena de estrías. Y, no te olvides que gracias a las golosinas del negocio subí como ocho kilos estos dos años. Si no son más, no me pesé últimamente.
—Dale… ¿En serio, me decís?
—Yo no tengo tu edad, nena. Ya lo mío está en default.
—Tenés treinta y cuatro. No, setenta. ¿Por qué no probás?
—Dios mío. ¡Sos una quema coco!
—No. Quiero que abras lo ojos, que salgas de esa nube de viajazo que te rodea. Ya te dije, mi objetivo en este viaje es que vuelas a reírte como lo hacíamos en el taller. ¿Te acordás?
—Sí, que me acuerdo.
Lo que Cecilia no entendía era que su tristeza o melancolía no sólo se debía a Sebastián. La pérdida de su abuela también había sido un golpe fatal para su corazón. Estaba sola, perdida…
—Por eso. Vamos, San. Vamos a salir de ese agujero interior; como dice la canción.
—Lo voy intentar.
—Bien. Porque tengo una lista de actividades para que hagas.
—Ah, mirá. Te viniste preparada.
—¡Súper preparada! Y en estos cinco días, voy a lograr traer a mi Sandra de vuelta a la vida.
Almorzaron en la playa y alternaron el sol y la sombra. Se metieron al mar tantas veces como quisieron mientras que comentaban detalles de sus vidas. Cecilia no paró de hablar de la casa que habían ido a ver y Sandra comentó sobre la llamada de su papá en Navidad. Regresaron al departamento cerca de las siete de la tarde. Se bañaron y no cenaron. Una vez que se recostaron, el sueño las venció.
—Buen día. —Cecilia ya estaba levantada y tomaba mate en el balcón que daba a una callecita de tierra.
—Buenos días… ¿Cómo dormiste?
—Como un angelito. No le cuentes a Pablo, pero cuando duermo sola, duermo mucho mejor.
—Yo extrañé mis almohadones.
—Llevate los de los sillones, esta noche, si querés.
—Sí. Lo voy a hacer.
Se sentaron a contemplar la mañana mientras compartían el mate. Sandra pensaba en que no había hablado con Juan Manuel y que debía escribirle. Se levantó y buscó su celular. Le envió una foto del desayuno y otras del día anterior. Enseguida, le respondió con una llamada.
—Hola. Pensé que te habías olvidado de mí. —le reclamó. Recién ahí cayó en la cuenta de que no se había comunicado con él para nada.
—¡No! Es que ayer estuvimos todo el día en la playa.
—Ah, ¿sí? ¿Y qué tal?
—Es hermoso, Juan.
—¡Qué bueno! Me alegro por ustedes. ¿Siguen desayunando? ¿Qué planes tienen? ¡Vicky! ¡Arriba! Perdón. Está dormilona no se quiere levantar.
—Creo que ningún plan. Descanso. Se viene un tormetón por acá. ¿Allá?
—Sol radiante.
—Ay, mándamelo. —Juan rio.
—Te extraño. —le confesó.
—Yo… también.
—Mentirosa. ¡Qué me vas a extrañar! Te dejo así te seguís divirtiendo con tu amiga. Un beso.
¿Era un chiste? ¿O…?
—Un beso, Juan. Después hablamos.
—Chau.
Sandra se quedó con el celular en la mano desconcertada ante el comentario de Juan Manuel. Debió haber preguntado o haberse reído al menos como para que quedara bien en claro que era una broma. En eso pensaba cuando Cecilia volvió a sentarse a su lado, con el termo lleno y el mate renovado.
—¿Juan?
—Seh…
—Bien. Siendo el primer día de este viaje…. Bueno, el segundo, porque ayer te dejé en paz.
—Dejá de hablar tanto y cebá mate.
—Bueno, bueno… Acá va. Primero, antes que nada…Quiero que dejes de pensar en Juan o en Sebastián. Quiero que te concentres en vos. En lo que vos querés. Ya diste el primer paso al haberte venido conmigo. Ahora, vamos por más. Sobre la cama te dejé todos los trajes de baño que tengo. Te los vas a probar… y te vas a poner uno hoy. Esa malla te la ponés en otro momento, conmigo acá, no.
—Sos insoportable, ¿nunca te lo dijeron?
Después de los mates Sandra hizo lo que Cecilia le pidió. A pesar de que estuvo negada al principio una vez que comenzó con las pruebas, las risas y las carcajadas inundaron el departamento. Las nubes negras habían decorado el cielo así que aprovecharon para divertirse dentro.
—Esa te queda pintada.
—¿Sí? —Sandra giraba e intentaba mirarse la cola en el espejo.
—Sí. Yo no sé de qué celulitis estás hablando… ¡Tenés mejor culo que yo, hija de puta!
—¡Callate! Bueno… me quedo con esta.
—Perfecto.
Pidieron comida y almorzaron en la cama mirando una película. Las dos lloraban con “Yo, antes de ti” cuando el teléfono de Cecilia sonó.
—Hola…—la voz gangosa de Cecilia hizo tentar a Sandra que había puesto pausa y se llevaba los platos a la cocina. —¿Cómo estás? En Brasil, sí. Jureré, se llama la playa. ¿Vos? ¿En serio? ¡No me digas! —Sandra regresaba y le hacía gestos para saber de quién se trataba. Cecilia apartó el celular y lo puso en altavoz.
—Sí. Vinimos con Tami a Canasvierias. —Le bastó con la primera palabra para reconocer su voz.
—Estás re cerca, Seba. —Cecilia abría los ojos grandes y levantaba los hombros en señal de desconcierto, mientras observaba a su amiga con atención.
—Sí. ¿Y Pablo? ¿Qué hace? Con este día debe estar roncando.
—No estoy con Pablo. Él llega el domingo.
—¿Te viniste sola?
—No, no. Con una amiga. —Sandra le hacía gestos para que no le dijera que se trataba de ella.
—¿Qué amiga?
—No la conocés. Es una secretaria del trabajo…
—Ah. Okey. Che… —bajó la voz y se oyó una puerta cerrarse de fondo. —¿Sabés algo de Sandra? —Cecilia sonrió. Se alegró de que su primo no la defraudara. Lo había puesto en alta voz a propósito para que Sandra oyera; siempre, cada vez que hablaban, Sebastián preguntaba por ella. El corazón de Sandra se detuvo ahí mismo. En un acto reflejo se sentó en la punta de la cama y apretó el cobertor con fuerza.
—¿Para qué querés saber?
—Sabés que siempre quiero saber cómo está. ¿Tenés alguna noticia? ¿Sigue con el tipo ese?
—Sí.
—¿Y está enamorada? ¿Te habla de él?
—Poco y nada. No hablamos mucho, la verdad. —Sandra la fulminó con la mirada.  
—Bueno.
—¿Por qué viniste con Tami? Pensé que…
—Es muy largo y no me entenderías.
—Tenés razón. No te entiendo. Ni a vos ni a Sandra. —dijo con la mirada fija en su amiga.
—¿Qué querés que haga? ¿Qué la siga esperando como un boludo? No, Ceci. Yo no soy un nene como ella cree. Después de los mensajes que te conté, me di cuenta de que no va a funcionar. Tengo que mirar para otro lado.
—Los dos son unos nenes. Unos nenes caprichosos.
—Yo lo intenté. Estoy cansado. Ella hizo su vida. Yo tengo que hacer la mía. ¿O no? —a lo lejos una voz femenina lo reclamaba—¡Voy! Te dejo. Después hablamos y vemos de juntarnos. Estamos cerquita.
—Chau, Seba. Un beso.
—Gracias por ponerlo en alta voz. —la amonestó Sandra. —Y no me habías dicho que sabías de los mensajes.
—Vos tampoco me lo contaste. —le devolvió el palo.
—No era nada importante.
—Sí, cómo no. —revoleó los ojos—No sabía que estaba en Brasil. Y menos que menos con esa boluda. ¡No la soporto!
—¿Es la novia?
—Seh… Van y vienen.
—¿Retomamos la peli? —se giró y tomó el control remoto.
—¿Estás bien?
—Sí.
¡No! Claro que no estaba bien. Para nada.
Cecilia se echó hacia atrás y apoyó la cabeza en la almohada pensando que, a pesar del avance de esa mañana, de las risas y la diversión, su amiga volvía hacia atrás. Ella, que había pensado que la conversación sería de otra manera; Sebastián siempre que le hablaba de Sandra le decía cuánto la extrañaba. En este caso, le había salido el tiro por la culata y ahora debía remar en dulce de leche para sacarla de ese lugar en el que ella misma la había puesto.
—Perdóname. —le dijo con pesar.
—No es nada.



miércoles, 11 de marzo de 2020

LUC: Capítulo 9: Vacaciones.



“Nunca pensé que en la felicidad hubiera tanta tristeza”
Mario Benedetti.

No tenía pensado viajar ni tomarse vacaciones. Debía preparar unos finales que había dejado para febrero. Con el material dispuesto sobre la mesa, realizaba resúmenes y hacía anotaciones. Había quedado con unos compañeros para encontrarse antes de la fecha para repasar juntos. En eso estaba, compenetrada con la Historia de la Edad Media cuando el teléfono la sobresaltó. Creyó que sería Juan Manuel que la llamaba todos los días desde Mendoza donde se había ido a vacacionar con su hija después de año nuevo. Sin embargo, cuando vio la cara de Cecilia en la pantalla se sorprendió.
—¡Hola!
—¡Hola, San! ¿Cómo andas?
—Bien, ¿y vos? ¡Qué raro llamándome!
—Te llamé porque necesitaba hablar con vos urgente.
—¿Qué pasa?
—Viste que Pablo y yo nos íbamos a ir unos días a Brasil.
—Sí…
—Bueno, al final él se tiene que quedar a resolver unas cuestiones y viaja unos días después de la fecha que quedamos.
—Ajá. ¿Y?
—Y… quisiera pedirte que me acompañes.
—¿A Brasil?
—¡Sí! Serían unos cinco días solas y si no te jode quedarte con Pablo y conmigo, serían diez en total. Alquilamos un departamentito en Florianópolis. Ya está pago. Incluso creo que hasta podemos transferirte el pasaje de avión. Solo deberías pagarte la vuelta. ¿Qué me decís?
—¿De cuánto estamos hablando?
—No sé. Habría que fijarse. Pero… ¿Querés?
—Querer quiero. Me encantaría conocer Brasil, pero acordate que, para mí, las vacaciones son jodidas. No levanto mucha plata en el negocio y, además, Romina está de vacaciones. Debería cerrar definitivamente.
—Bueno, pensalo. Te llamo esta noche y me respondes. Nos iríamos el jueves que viene.
—¿Pasado mañana?
—Sí. Si me decís que sí hoy, mañana Pablo soluciona lo del pasaje.
—Bueno…
—Bueno, te llamo cerca de la noche.
—No, no. Voy.
—¿Sí?
—Sí.
—¡Qué alegría! ¡La vamos a pasar bomba!
—Seguro que sí. Corto que voy a llamar a la depiladora para pasar mañana.
—¡Dale! San…
—¿Qué?
—¡Gracias! ¡Sos lo más!
—Ustedes, lo son. Gracias por pensar en mí.
—¿Y en quién más? Te adoro, un beso.
—Vamos hablando, chau. Y yo también te adoro.
Su vida empezaba a cambiar. Bueno, en realidad había empezado a hacerlo dos años atrás cuando decidió abandonar el taller y anotarse en el Joaquín V. González. Siempre le había fascinado la historia; enseñar, no tanto, pero apenas arrancó, se le hizo difícil no imaginarse frente a un aula, explicando todo lo que había aprendido. Esa tarde en que llevó los papeles y le informaron la fecha de comienzo, su vida tomó otro rumbo. Sí, seguía triste y destrozada por la separación con Sebastián, pero estaba convencida de que con el tiempo todo pasaría. Se encargó de llenar su vida de proyectos, de movimiento, de idas y venidas. Nunca dejó que la tristeza invadiera sus días. Montó el negocio, aprendió a manejar y se compró el coche. Todo venía mejorando hasta que volvió a verlo en el colectivo aquel domingo. Después llegó Juan Manuel y su dulzura, y gracias a su compañía había creído que tenía frente a sí la oportunidad de dejar todo atrás. Pero no. Aún seguía prendada del celular y de los mensajes que habían compartido en Navidad cuando él le había confesado que la extrañaba.
A pesar de haberse enojado con ella misma en varias oportunidades, no podía negar que las palabras de él habían inundado su corazón de esperanza. Sin embargo, cuando pensaba en aquello, en la posibilidad de volver a estar juntos, se convencía a sí misma que no debía alentar esos sentimientos porque de seguro, saldrían los dos lastimados. Ya lo había intentado y… acá estaba.
Y ahora, que Cecilia le daba la oportunidad de viajar, tomaría estas vacaciones para recapacitar sobre su relación con Juan Manuel. Últimamente se sentía cada vez peor. Después de haber intercambiado esos mensajes con Sebastián sentía que lo engañaba, que lo traicionaba. No quería jugar con él, pero… lo estaba haciendo. Ella se sentía comprometida con su relación y claro que le debía respeto y sinceridad. Necesitaba aclararse a sí misma, si podría o no, continuar con el plan de enamorarse de Juan Manuel.  Pensar en él, hizo que tomara el teléfono y le escribiera un mensaje; debía avisarle lo de sus repentinas vacaciones.
            Hola, Juan. En cuanto puedas, llamame.
Necesito contarte algo. Un beso.
Salió del chat y se dirigió a la agenda de contactos. Buscó el número de la depiladora y la llamó para concretar un turno para el día siguiente, sin falta. Después, salió a la vereda y le tocó timbre a Leonardo. Él también había cerrado unas semanitas para descansar; la noche anterior habían regresado de Córdoba.
—Hola, San. —saludó Fernanda, la mujer de Leo desde el balcón. —Ya te abro.
—Okey.
Al cabo de unos minutos la puerta de chapa se abría y aparecía Fernanda con el bebé en brazos. Se saludaron con un beso y subieron.
—¿Querés algo para tomar?
—Bueno. Lo que tomés vos está bien.
—Estoy tomando tereré. Con este calor no me da para el mate.
—Te acompaño. —le dijo Sandra y se asomó a la cuna donde había depositado al bebé. —¡Está enorme!
—¿Viste? Y come como un lechón.
—Está precioso. ¿Y Leo y la princesa?
—En la habitación, durmiendo la siesta. Con el aire en 22°, tapados con las sábanas. ¿Podés creer?
—Hace mucho calor.
—Demasiado. Vos… ¿Qué contás?
Sandra entre mate y mate, le comentó sobre las novedades sobre su viaje, de la repentina invitación de su amiga. Y le explicó lo que necesitaba de parte de ellos.
—Quisiera dejarles la llave para que prendan las luces y rieguen las plantitas. Y, si llegan a cortar la luz que me controlen la heladera.
—¡Claro! Contá con eso. ¿Cuántos días te vas?
—Diez.
Dos horas más tarde regresó a su casa más tranquila y se dedicó a ordenar el placar para, de paso, seleccionar la ropa que llevaría. En eso estaba cuando Juan Manuel la llamó.
—¿Cómo estás? Me sorprendió tu mensaje. ¿Todo bien?
—Sí. Quería contarte que pasado mañana me voy a Florianópolis con Ceci.
—¿A Brasil? Pero… pensé que no ibas a ir a ningún lado. Que, como Romina está de vacaciones…
—Sí. Eso había pensado, pero resulta que Pablo viaja después y Ceci me pidió si la acompañaba los primeros días.
—¿Y cuándo volvés?
—Este domingo no, el otro. Son diez días. —Ya había decidido quedarse la estadía completa.
—Bueno… ¿Qué te puedo decir? Me hubiese gustado que nos vayamos nosotros unos días. Pero, bueno. ¡Divertite mucho!
—Gracias, Juan. ¿Vos volvés el viernes?
—No, el sábado a la noche. Aunque… si vos no vas a estar, voy a hablar con Emilia para quedarnos un poco más. A Vicky le encanta.
—Me parece una muy buena idea.
—¿Hablamos mañana?
—Sí. Un besote.
—Chau.
Arrojó el celular a la cama y continuó con lo que estaba haciendo. Acomodó por un lado las prendas que le gustaría llevarse y por otro, las que quedarían guardadas en el placar. Una vez terminada la preselección, eligió las más lindas para llevarse a Brasil. Entre elección y elección, le preguntaba a Cecilia acerca del clima, de la playa y de lo que ella llevaría para ponerse. Se acostó cerca de las doce de la noche después de comer un sándwich de queso.
El miércoles llegó y la encontró cenando en la casa de su amiga para poder ir juntas hacia Ezeiza después de las 12 del jueves. El auto de Sandra quedaría en la cochera que alquilaba Pablo hasta su regreso. A la una y media de la madrugada, subieron las valijas al auto y se dirigieron al aeropuerto para tomar el avión que saldría a las cinco de la mañana. En el camino, él les iba explicando dónde se encontraba el departamento y les daba detalles de las instalaciones.
—El lunes estoy por allá. No conseguí un vuelo antes. —les dijo al despedirlas después de hacer el check in.
—Nos vemos. —se despidió Sandra con un beso y un abrazo. —Gracias por invitarme.
—Gracias por acompañar a Ceci. Nos vemos en unos días.
Pasaron inmigración, rieron de las caras de Sandra mientras avanzaba y descubría cosas nuevas y se sentaron a esperar a abordar no sin antes recorrer el free-shop y probarse todos esos perfumes que jamás compararían.
—¿Tenés miedo? —se burló Cecilia en un ataque de risa al escuchar la confesión de Sandra sobre el avión y los posibles accidentes.
—Un poco, sí. ¡No te rías! A mucha gente le pasa. Y por mala, si nos caemos y sobrevivimos voy a votar para que te coman a vos primero. —se burló y Cecilia estalló en una carcajada.
—¡Ya sé que muchos tienen miedo! Pero tranquila. No es nada. ¿Sabías que se muere más gente en accidentes de coche que de avión?
—Ah, ¿sí? Mirá vos.
Charlaron sobre las pocas experiencias aéreas de Cecilia y luego dirigieron la conversación a lo que harían una vez en Floripa. Sandra se aflojaba de a poco y dejaba que el espíritu alegre de su amiga, invadiera el suyo para acoplarse a él.
—Nos vamos a divertir tanto, San. Y espero que, con este viaje, recuperes a la Sandra que dejaste ir.
—Ay, Ceci… ¿No te cansás de repetirme siempre lo mismo? Parecés mi mamá.
—De verdad. Quizás estas vacaciones logren hacerte ver que, estando así, tan… amargada, no vas ni para atrás ni para adelante.
—No estoy amargada.
—Sí, que lo estás. ¿Por qué no volvés a terapia?
—No me dan los horarios entre el negocio y el profesorado.
—Excusas. Me preocupa, Sandra. De verdad.
—Tranqui. Yo estoy bien.
—Ja. Si, claro.
—De verdad. Con Juan estoy muy bien, muy tranquila… el negocio viene bien. Aprobé casi todas las materias de segundo. ¿Qué más le puedo pedir a la vida? —Cecilia la miró fijo y se mordió los labios en señal de desaprobación. —Y ahora, mirá, me estoy yendo a Brasil.
—Entonces… si ya no hay nada que le puedas pedir a la vida, como decís. ¿Por qué seguís con esa mirada triste? ¿Por qué siempre te quedás en silencio o, te perdés en tus pensamientos? Yo sé qué es lo que te falta para ser feliz. Bah, quién, sería la palabra adecuada.
—Te voy a dar un dato. ¿Sabías que para ser feliz no se necesita de una pareja o de un amor? Tenemos que ser feliz con nosotros mismos, con lo que somos y tenemos. Porque… si esa persona te falta, ¿Qué? ¿Qué vas a hacer? ¿Nunca más podrías ser feliz? No. No hay que amarrar la felicidad a nadie.
—Guau. Súper hermosa esa teoría y la aplaudo de pie. Pero… ¿Vos te la creés?
—Claro.
—Ah, sí. Y… ¿Vos no creés que si estuvieras con Sebas las cosas no serían mejor? Que te sentirías plena, completa.
—Lo dudo.
—¡Dios mío! —Cecilia se llevó las manos a la cabeza—Perdoname, San, pero… ¡Qué hipócrita que sos!
—¿Por qué hipócrita? Dudo que, si estuviera con tu primo, sería verdaderamente feliz. ¿Acaso alguien lo es? No. Siempre nos falta algo. Nos basta con llegar a conseguir eso que tanto queríamos para darnos cuenta que necesitamos otra cosa. Y así estamos. En la rueda loca, corriendo como hámsteres detrás de la supuesta felicidad.
—Estás dando vuelta todo.
—No.
—¡Sí! Me enumerás todas las cosas que tenés pero tu cara, tus ojos, no expresan ni un poquito esa supuesta felicidad que decís tener. ¿De qué estás hablando? Te estás mintiendo a vos misma. Admití que lo único que te falta para levantarte todas las mañanas sonriendo es a mi primo.
—Ay, Ceci. Por favor.
—Lo seguís amando, yo lo sé. Y, aunque estés empeñada en continuar con Juan Manuel, tarde o temprano vas a terminar dejándolo.
—Juan me encanta.
—Puede ser. Pero no es, ni será Sebastián. Yo pensé que, si encontrabas a alguien especial, lo olvidarías. Me empeñé en lograrlo. Pero… ya veo que fue al pedo.
—¿Ese no es nuestro vuelo? —le preguntó para salir de esa charla.
—Sí, sí. Vamos.
Subieron al avión y ya no hablaron más. Cecilia la observaba de reojo mientras Sandra miraba todo con ojos vacíos. La conocía bien y sabía que aún estaba enamorada de su primo. Quería hacerla reaccionar. Si la relación con Juan hubiese modificado algo en ella, no hubiese dicho nada. Sin embargo, los meses pasaban y su amiga se empeñaba en continuar con aquella locura donde tres personas saldrían lastimadas. Sandra, Juan Manuel y Sebastián.