lunes, 15 de julio de 2019

La cocina


Se tapa hasta la cabeza, cierra los ojos e imagina que está en su cocina.
Los muebles de color caoba, el mármol negro como la noche. Los estantes bien acomodados, repletos de utensilios y mercadería. El horno y la heladera incrustados perfectamente en los huecos que dejan las alacenas. Todo en orden y en sintonía. Los ribetes que decoran los bordes de las cerámicas combinan con el piso y la pintura de la pared; tonalidades de rojo, bermellón y bordó encienden el ambiente. ¡Qué hermosa luce su cocina! Es la envidia de las vecinas, de su suegra y sus cuñadas. Cada vez que la visitan le piden el teléfono del albañil, del pintor o el de la maderera donde mandó a hacer la mesa y las sillas. Beatriz sonríe feliz, con el corazón exultante de orgullo porque ella ha sido la diseñadora y la creadora de ese espacio de ensueño. Ella con sus dibujitos y sus pruebas ha ideado cada rincón de su casa.
Las habitaciones y el baño también están decoradas con exquisitez, pero la cocina se lleva todos los galardones. Cuando se encuentra sola, acaricia las manijas de las puertas de melamina y lustra cada rincón con esmero y dedicación. Una vez finalizada la tarea, contempla los detalles y gustosa se sienta a tomar unos mates sin dejar de mirar cómo ha quedado su espacio.
Cuando decide lo que preparará para cenar, también se alegra; porque cocinar es una fiesta. Contar con todos los elementos e ingredientes para llevar a cabo el plato elegido, la llena de emoción. Pato a la naranja, grillé de vegetales, fondue de queso, cerdo agridulce y… ¡Los postres! Los postres que prepara con las medidas exactas y el horno a la temperatura justa que las recetas piden. Todo… todo en su cocina es perfecto.
Se acomoda y gira hacia la pared, apretando los párpados con fuerza para no escapar de esas imágenes que la transportan a un mundo añorado. Con el movimiento, su espalda queda al descubierto y el viento se cuela entre la poca ropa que lleva puesta y su piel arrugada. El frío que azota la ciudad no le da tregua. Los abrigos, las mantas y frazadas no alcanzan para soportar las temperaturas de este invierno en Buenos Aires. ¿Por qué? Porque las calles no están hechas para dormir.
Beatriz se remueve y tiembla, le rechinan los dientes. Intenta con todas sus fuerzas volver a ese lugar donde la cocina, con el horno prendido, le calienta el alma y las penas. Con una mano, aprieta con fuerza la revista de decoración que encontró en la basura y con la otra, se cubre la espalda. Quizás algún día puede tener su propia cocina.