Se escondió debajo de la cama, pensando que no lo
encontraría. Cuando por fin diviso sus patitas flacas, intentando mimetizarse
con el alcochado floreado, eran las doce menos ocho. Se agachó, levantó la
liviana tela y lo encontró apesumbrado, preocupado y pálido como un papel sobre
el piso helado.
—¿Qué hacés ahi? !Dale! Te están esperando.
Meneó la cabeza y esquivó su mirada. ¿Qué hacer? ¿Cómo
convercerlo?
—Dale! Salí. Son las doce menos cinco.
Nada.
—¿Te tengo que obligar?
Silencio.
—Bueno... como quieras. Si no queres salir por motus propio,
en... exactamente... tres minutos... Yo me habré ido y ellos vendrán a buscarte
acá mismo. Saldrán en tu busqueda y no habrá escondite donde te puedas meter.
¿Es que acaso no lo ves? —Se acomodó y entreabrió la boca para hablar. Todo
parecia ser más lento. Todo parecia detenerse.
—Es... Es que.... Tengo miedo.
—Pero no seas tonto. No hay nada que temer. ¿Tenes todo lo
necesario?
—Sí.
—¿Seguro? A ver...—suavizó.
— Acá tengo... Felicidad, Paz, Amor, Salud, Cariño, Amistad,
Sonrisas...
—¿Y el Trabajo? ¿Y el Esfuerzo? ¿Y los Obstáculos? Esos son
muy necesarios. No te los podes olvidar. ¿Los trajiste no?
—Sí. Claro. Aquí están.
—Bueno... estás más que listo entonces.
Las doce.
! Adiós 2016!
Él ya no lo oyó. Había desaparecido. Y tal como lo había
dicho... lo jalaron de abajo de la cama y lo recibieron con los brazos
abiertos. Tembló de miedo, pero se entregó a su deber. Al fin y al cabo era lo
que había venido a hacer.