“Ser profundamente amado te da fuerzas,
mientras que amar profundamente a alguien te da
coraje.”
Lao Tse
—No puedo creer que Ceci esté
embarazada. —comentó Sebastián en el coche.
—Está preciosa. Esa nena va a ser muy
feliz.
—¿Nena?
—Sí. Presiento que va a ser mujer.
—Bueno… Si lo es, más vale que se
cuide porque entre el padre y el tío…
—¡Pobrecita! ¿Dónde vamos?
—¿Qué día es hoy?
—Viernes. ¿Por? —Sebastián le sonrió.
—¡No! No, no…
—Dale…
—No, Sebastián. No quiero ir al
karaoke.
—Bueno, está bien. No vamos al
karaoke. Hay cena show en un barcito de Castelar. Va a cantar Paula y Gastón
nos invitó.
—Bueno… ahí me gusta más. Además, me
duele la garganta.
—¡Mentirosa!
—¡Es verdad!
Conversaron durante todo el trayecto
sobre la casa que era de sus abuelos. Sandra había decidido alquilarla para
tener otro ingreso y poder comprarse un coche. Aunque Sebastián le había
ofrecido ayuda, ella no quiso aceptarla.
—¿Lo vas a hacer por inmobiliaria?
—No sé. Hay una familia, amiga de
Romi, que necesitan una casa porque se les termina el contrato en diciembre y
no pueden renovar. Pensaba hacerlo directamente con ellos.
—¿Son de confianza?
—Espero que sí.
—Bueno… ¿Cuánto vas a cobrar?
Se embarcaron en una discusión sobre
los precios y los montos. Entre medio de los comentarios y las idas y vueltas,
Sebastián la interrumpió y le dijo:
—Quiero que vivamos juntos.
—¿Eh? —preguntó ella que seguía
envuelta en el tema y no se había percatado del cambio. El auto detenido en un
semáforo y los ojos marrones de él que la observaban esperando una respuesta.
—Quiero que vivamos juntos. —repitió
y agregó—; Esto de ir y venir entre tu casa y la mía, ya no da para más.
—Emmm…
—Pensalo. —arrancó y a los pocos
minutos llegaron al pub donde Paula daría su show.
Entraron, buscaron una mesa alejada
del escenario; el único lugar que encontraron y se acomodaron. Sebastián
esperaba con ansias a que ella le dijera algo, pero… Gastón se acercó a
saludar, se sentó en su mesa y hasta que Paula no apareció en la tarima, no se
retiró. La voz tan dulce de ella, ocupó el lugar y capturó los sentidos de los
presentes. El repertorio varió entre baladas en inglés y en español. Todos
aplaudían con ganas al finalizar cada canción hasta que…
—Bueno, esta ha sido mi última canción.
Les agradezco infinitamente que hayan venido hasta acá; para mí es una noche
muy especial.
—¡Otra! ¡Otra! ¡Otra! —gritaba la
audiencia, ávida por seguir oyéndola.
—Bueno… Está bien. —sonrió con
picardía porque nunca, jamás, la última canción se anuncia. Siempre hay algún bonus
track que los cantantes suelen regalar. —Esta última canción tiene una
dedicatoria especial. Un amigo me pidió que se la dedicara a la mujer que ama. Sandra,
¿Dónde estás? —Sandra levantó la mano desde el fondo del bar y todo el mundo se
giró en sus asientos para verla. —¡Decile que sí!
La pista de una melodía muy
reconocida inundó el lugar y Sandra no tuvo ojos para nadie más que para
Sebastián. Paula cantaba “Castillo azul” de Ricardo Montaner y en la letra iba
también la propuesta que le había hecho en el auto. Así como ella le había cantado
que lo amaba, él le proponía un futuro juntos a través de una canción.
Poco a poco voy mostrándote
el lugar
Pondremos las persianas y el sofá
Y un candelabro antiguo aquí
Un cesto de flores en medio del zaguán
Pondremos las persianas y el sofá
Y un candelabro antiguo aquí
Un cesto de flores en medio del zaguán
Poco a poco y
al desnudo en el salón
No han puesto las alfombras y es mejor
Porque el amor calienta el sol
El frío del piso y al hielo del polo sur
No han puesto las alfombras y es mejor
Porque el amor calienta el sol
El frío del piso y al hielo del polo sur
En este
castillo azul se escribirá una historia
Basada en nosotros dos
En el momento pleno de hacernos sexo
A orillas del mesón
Basada en nosotros dos
En el momento pleno de hacernos sexo
A orillas del mesón
Ven y te
explico lo que somos
En nuestra habitación
Una paloma y un jilguero
En vuelo de estación
Emigrando al árbol del limón
Elevando un grito hasta amanecer
Encima de tu piel
En nuestra habitación
Una paloma y un jilguero
En vuelo de estación
Emigrando al árbol del limón
Elevando un grito hasta amanecer
Encima de tu piel
—¡Bravo! —aullaba la muchedumbre que
poco vio del movimiento de los dos que se habían parado a bailar y sentir esa
canción.
Los brazos alrededor del cuerpo del
otro, en el lugar perfecto, donde siempre debieron estar. En sus ojos se proyectó
una película: el hospital, el dolor y la muerte, las noches en hoteles
alojamientos, las risas, las miradas cómplices, las discusiones, el abandono,
los dos años separados, el encuentro en el colectivo. Juan Manuel y Tamara. El
estacionamiento de Jurere, la lluvia y la rueda de auxilio, las lágrimas, las
confesiones, las segundas oportunidades. La aceptación y el abrazar las luces y
las sombras del otro como si fuesen las propias.
Todo eso y más en aquella última
canción.
—¡Sí! —le susurró en el oído.
—Gracias. —le acomodó el cabello al
costado de la oreja y la besó con dulzura.
—Gracias a vos. Por amarme a pesar de
todo.
—Gracias por enseñarme que el amor
todo lo puede. Incluso mira, hasta logró que bailara.
Epílogo
Seis
años después.
—Buenas tardes. Mi nombre es Sandra
Rodriguez. Voy a ser su Profesora de Historia. Me gustaría preguntarles, antes
de empezar a presentar la materia, ¿Por qué creen que es tan importante saber
Historia?
Ninguno de los treinta y tres
adolescentes que tenía en frente respondió. Todos los años desde que se había recibido
le pasaba igual. Tosió nerviosa y se dio vuelta para escribir la fecha en el
pizarrón. Tomó aire y se volvió para enfrentarlos. Los miró. Uno a uno. Caminó
a lo largo del salón observando los detalles que rodeaban a cada uno. Prestó
atención. Llegó al final y se apoyó en la pared. Algunos se giraron para
seguirla con la mirada. Sonrió y dijo;
—Amo la historia porque me ayuda a
saber de donde vengo y a donde voy. Este año ustedes van a aprender de dónde
venimos y porqué estamos cómo estamos.
La clase terminó y aunque fueron
pocos los que se interesaron en lo que Sandra tenía para decir, salió de la
escuela con una sonrisa. En la esquina la esperaba Sebastián con Toby, un
perrito que habían rescatado durante el último verano.
—¿Cómo te fue? —la saludó con un beso
sobrio. Ya había sido amonestado el día anterior cuando le había comido la boca
a la salida de otra escuela.
—Hola, Toby, lindo de mamá. ¡A nadie
le interesa la historia! ¡Cómo siempre!
—Son chicos. Mañana te tocan los más
grandes y vas a ver que se van a interesar un poco más. Además, siempre empezás
el año igual y después terminás adorándolos.
—Puede ser. Y… ¿Vos? ¿Cómo salió la
reunión?
—¡Es nuestro! —de la emoción se olvidó
donde estaban y lo abrazó, y lo besó por todos lados.
—¡Viste! Yo sabía que te iba a ir de
diez.
—¿Vamos?
—Sí. Toby, arriba. ¡Vamos!
Llegaron a su casa, esa que eligieron
los dos y remodelaron a su gusto en un barrio muy lindo de Haedo. Tomaron mate
y Sebastián le dio detalles de la marca importante que había elegido a su
empresa publicitaria para hacerle la campaña. Estaba feliz. Ella comentó un
poco sobre las ideas que tenía para esos primeros días de clase y entre mimos y
arrumacos se recostaron en el sillón.
—Mañana vamos a buscar a Isa. Se me
ocurrió que pasemos un día en la laguna de Lobos o de Navarro. ¿Qué decís? —dijo
refiriéndose a la hija de Pablo y de Cecilia.
—Sí. Es buena idea. —Sebastián miraba
hacia la mesa del living con insistencia sin prestarle demasiada atención a las
palabras de Sandra.
—¿Qué pasa?
—Nada, nada…
—No sabés mentir.
—¿Me alcanzás el control remoto?
—Sí, cla…—se detuvo cuando miró hacía
la mesa ratona y vio un sobre blanco entreabierto. —¿Qué es eso?
—No sé. Fijate.
Sandra metió el dedo y sacó el papel
donde la letra mayúscula de Sebastián se veía grande y prolija. Leyó enseguida
y tuvo que volver a hacerlo porque no podía creer lo que sus ojos veían.
EL JUEVES NOS ESPERAN PARA CONOCER A
DOS HERMANITOS.
Sandra lloró desconsoladamente. Sebastián
la dejó hacer porque con esas lágrimas lavaban el dolor que le había provocado
enterarse que no podía tener hijos. Enseguida, habían comenzado los trámites de
adopción. Y esa mañana habían recibido un llamado, por fin.
—Vamos a tener una familia. —repetía
incrédula.
—Así es. ¿Estás feliz?
—Tanto que siento que me va a
explotar el corazón. ¡Te amo, Seba!
—¡Y yo a vos! —la besó con ganas,
devorándose esos labios que tanto adoraba.
—¿Cómo serán? ¿Cuántos años tienen?
¿Sabés?
—Ocho y diez.
—¿Cómo se llaman? ¿Te dijeron?
—Ignacio y Francisco. —le dijo y el
llanto regresó con más fuerza aún.
—Mis hijos…
—Nuestros hijos.
Fin