Hay que ser muy valientes para estar rotos y no hacer ruido.
Nicolás Vanegas
PRÓLOGO
El día que la vio por
primera vez no era uno muy distinto a los demás. Había estado discutiendo con
su mujer durante veintidós minutos al teléfono. Había enviado varios mensajes
al grupo que tenía con sus hijos sin recibir ni una sola respuesta. Había
intentado divertirse con las bromas de los muchachos en el bar. Había ayudado
con las mesas en horas atareadas y por supuesto, había tomado un calmante–el
segundo del día–para el dolor de cabeza.
–¡Ey! –Quique chasqueó
los dedos delante de su jefe un par de veces hasta que recuperó su atención–¿Me
cobras?
–Perdón, sí. Dime. Soy
todo oídos.
–Dos cafés, dos jugos
naturales y un sándwich –dijo mientras buscaba el punto que se había robado la
mirada de Alejandro–. Es muy linda, eh.
–¿Qué dije de los
comentarios, Quique? No quiero pensar que no fui lo suficientemente claro el
otro día.
–No estoy siendo
descortés. Solo es una observación. Ni más ni menos que una observación.
–Menos observaciones y
más trabajo. Aquí tienes el ticket.
–Últimamente estás más
irritable que de costumbre.
–¡Fuera! –gruñó.
Le extendió el papel y
regresó la vista al mismo sitio hasta que el empleado regresó con el dinero. Le
entregó el vuelto e intentó continuar con lo que estaba haciendo: cuentas. Cuentas
y más cuentas. Sin embargo, algo extraño y llamativo había en aquella mujer que
le impedía concentrarse en su tarea y que lo atraía como si estuviese
llamándolo por su nombre. No era linda, Quique estaba equivocado; ¡era hermosa!
Su cabello negro acariciaba el respaldo de la silla como una lluvia azabache y
desde donde él se encontraba, podía notar la dulzura de sus movimientos al
hablar por teléfono. El sol acariciando su piel morena… toda aquella escena,
era un poema.
¿Cuántos años tendría? Se
preguntó. Lucía joven, muy joven. ¿Sería aquella la primera vez que visitaba el
bar? Presentía que sí
porque, de haberlo hecho antes, la recordaría. Tenía muy buena memoria ¿La había visto en algún
otro sitio? Estaba seguro de que no, porque una mujer como ella no habría
pasado desapercibida.
–¡Vamos, Alejandro! A lo
tuyo, hombre. Déjate de tonterías–dijo para sí y tomó el lápiz negro con el que
anotaba los números que un mes más no arrojaban buenos resultados. Se llevó la
mano a la nuca, agotado de buscar soluciones donde solo había problemas.
–¿Qué vamos a hacer?
–preguntó Hugo, el único al tanto de la situación del negocio.
–Pues no lo sé. Estoy
intentando darle vueltas al asunto, pero no encuentro una salida.
–Ya te he dado mi opinión,
pero la repito por si la has olvidado. Deberías venderlo y terminar con este
suplicio. O lo vendes o te mueres, Alejandro.
–No es para tanto, hombre–refunfuñó
él.
–¿¡No es para tanto!? –repreguntó
Hugo arqueando la ceja. No podía mentirle a él; a su mejor amigo. Todo se iba
complicando cada vez más y más.
–¡No lo venderé! –exclamó,
expresando un deseo que estaba casi seguro no podría cumplir–. Haré lo que
tenga que hacer para no repetir la misma historia. No daré el brazo a torcer
así es que deja de decirme lo mismo una y otra vez. ¿¡Puede ser!?
–Disculpen –una voz
femenina interrumpió a los dos hombres–. ¿El baño?
–Por el pasillo a la
izquierda –respondió Hugo porque Alejandro había enmudecido por completo.
Una vez que la mujer desapareció,
intentó continuar con la conversación. Debía convencer a su amigo que dejara
atrás ese bar que se hundía como el Titanic. No entendía por qué se
empeñaba en continuar atado a un negocio que no funcionaba. Vender y dedicarse
a otra cosa, o quizás comprar en otro sitio eran las mejores opciones. Esa era
la idea de Hugo; una idea que Alejandro no quería ni siquiera considerar.
–Esa mujer... ¿La
conoces? –preguntó Alejandro ajeno a los interrogantes de su amigo quien,
enseguida negó con la cabeza–. Es decir que es la primera vez que viene –acotó
y el otro lo observó sorprendido.
–Así parece–acabó por
decir, molesto por su falta de atención ante lo que conversaban.
–¿De qué hablábamos?
–quiso saber Alejandro, perdido.
–¡Del bar, idiota! ¿De
qué más? ¿Es que acaso te has dado un golpe en la cabeza? ¿O es la medicación
que te deja medio tonto?
–Perdón. Perdón. Es que no
la había visto antes y como solemos tener los mismos clientes, pregunté porque
quizás la conocías.
–¿Y qué hay con eso? ¿Qué
mierda importa si la conozco o no? –Alejandro se encogió de hombros, incapaz de
responderle–¡No! ¡No! ¡Ni se te ocurra! Ahora debes tener la cabeza a reventar
con tantos problemas; hablar con Ana, es uno, e intentar recomponer la relación
con los muchachos, el otro. Eso debe ser tu mayor preocupación.
–¡Ni me hables de esos
ingratos! Para pedir dinero no tienen vueltas, pero para responderme una maldita
pregunta tengo que estar rogándoles dos días seguidos.
–Muchas gracias. Que
tengan un buen día –la mujer cruzó por delante de los dos y se retiró del lugar
sin darse cuenta que un par de ojos la seguían atentos del otro lado del
escaparate.
–¿Crees que volverá, Hugo?
–¿Quién?
–Esa mujer.
–Ay, Alejandro…
Alejandro…
Ya me atrapo la historia
ResponderEliminarQuiero más!!!!! Ya me atrapó!!!
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