lunes, 15 de abril de 2024

A través de las grietas

 


Hay que ser muy valientes para estar rotos y no hacer ruido.

Nicolás Vanegas


                                                                  PRÓLOGO

El día que la vio por primera vez no era uno muy distinto a los demás. Había estado discutiendo con su mujer durante veintidós minutos al teléfono. Había enviado varios mensajes al grupo que tenía con sus hijos sin recibir ni una sola respuesta. Había intentado divertirse con las bromas de los muchachos en el bar. Había ayudado con las mesas en horas atareadas y por supuesto, había tomado un calmante–el segundo del día–para el dolor de cabeza.

–¡Ey! –Quique chasqueó los dedos delante de su jefe un par de veces hasta que recuperó su atención–¿Me cobras?

–Perdón, sí. Dime. Soy todo oídos.

–Dos cafés, dos jugos naturales y un sándwich –dijo mientras buscaba el punto que se había robado la mirada de Alejandro–. Es muy linda, eh.

–¿Qué dije de los comentarios, Quique? No quiero pensar que no fui lo suficientemente claro el otro día.

–No estoy siendo descortés. Solo es una observación. Ni más ni menos que una observación.

–Menos observaciones y más trabajo. Aquí tienes el ticket.

–Últimamente estás más irritable que de costumbre.

–¡Fuera! –gruñó.

Le extendió el papel y regresó la vista al mismo sitio hasta que el empleado regresó con el dinero. Le entregó el vuelto e intentó continuar con lo que estaba haciendo: cuentas. Cuentas y más cuentas. Sin embargo, algo extraño y llamativo había en aquella mujer que le impedía concentrarse en su tarea y que lo atraía como si estuviese llamándolo por su nombre. No era linda, Quique estaba equivocado; ¡era hermosa! Su cabello negro acariciaba el respaldo de la silla como una lluvia azabache y desde donde él se encontraba, podía notar la dulzura de sus movimientos al hablar por teléfono. El sol acariciando su piel morena… toda aquella escena, era un poema.

¿Cuántos años tendría? Se preguntó. Lucía joven, muy joven. ¿Sería aquella la primera vez que visitaba el bar? Presentía que sí porque, de haberlo hecho antes, la recordaría. Tenía muy buena memoria ¿La había visto en algún otro sitio? Estaba seguro de que no, porque una mujer como ella no habría pasado desapercibida.

–¡Vamos, Alejandro! A lo tuyo, hombre. Déjate de tonterías–dijo para sí y tomó el lápiz negro con el que anotaba los números que un mes más no arrojaban buenos resultados. Se llevó la mano a la nuca, agotado de buscar soluciones donde solo había problemas.

–¿Qué vamos a hacer? –preguntó Hugo, el único al tanto de la situación del negocio.

–Pues no lo sé. Estoy intentando darle vueltas al asunto, pero no encuentro una salida.

–Ya te he dado mi opinión, pero la repito por si la has olvidado. Deberías venderlo y terminar con este suplicio. O lo vendes o te mueres, Alejandro.

–No es para tanto, hombre–refunfuñó él.

–¿¡No es para tanto!? –repreguntó Hugo arqueando la ceja. No podía mentirle a él; a su mejor amigo. Todo se iba complicando cada vez más y más.

–¡No lo venderé! –exclamó, expresando un deseo que estaba casi seguro no podría cumplir–. Haré lo que tenga que hacer para no repetir la misma historia. No daré el brazo a torcer así es que deja de decirme lo mismo una y otra vez. ¿¡Puede ser!?

–Disculpen –una voz femenina interrumpió a los dos hombres–. ¿El baño?

–Por el pasillo a la izquierda –respondió Hugo porque Alejandro había enmudecido por completo.

Una vez que la mujer desapareció, intentó continuar con la conversación. Debía convencer a su amigo que dejara atrás ese bar que se hundía como el Titanic. No entendía por qué se empeñaba en continuar atado a un negocio que no funcionaba. Vender y dedicarse a otra cosa, o quizás comprar en otro sitio eran las mejores opciones. Esa era la idea de Hugo; una idea que Alejandro no quería ni siquiera considerar.

–Esa mujer... ¿La conoces? –preguntó Alejandro ajeno a los interrogantes de su amigo quien, enseguida negó con la cabeza–. Es decir que es la primera vez que viene –acotó y el otro lo observó sorprendido.

–Así parece–acabó por decir, molesto por su falta de atención ante lo que conversaban.

–¿De qué hablábamos? –quiso saber Alejandro, perdido.

–¡Del bar, idiota! ¿De qué más? ¿Es que acaso te has dado un golpe en la cabeza? ¿O es la medicación que te deja medio tonto?

–Perdón. Perdón. Es que no la había visto antes y como solemos tener los mismos clientes, pregunté porque quizás la conocías.

–¿Y qué hay con eso? ¿Qué mierda importa si la conozco o no? –Alejandro se encogió de hombros, incapaz de responderle–¡No! ¡No! ¡Ni se te ocurra! Ahora debes tener la cabeza a reventar con tantos problemas; hablar con Ana, es uno, e intentar recomponer la relación con los muchachos, el otro. Eso debe ser tu mayor preocupación.

–¡Ni me hables de esos ingratos! Para pedir dinero no tienen vueltas, pero para responderme una maldita pregunta tengo que estar rogándoles dos días seguidos.

–Muchas gracias. Que tengan un buen día –la mujer cruzó por delante de los dos y se retiró del lugar sin darse cuenta que un par de ojos la seguían atentos del otro lado del escaparate.

–¿Crees que volverá, Hugo?

–¿Quién?

–Esa mujer.

–Ay, Alejandro… Alejandro…

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