DE A DOS
NADIA
Había creído que podía. Se había creído imbatible, capaz de hacerlo
sola. Había creído que no necesitaría apoyo o compañía. Sin embargo, cuando se
encontró con los últimos resultados y la noticia de una futura operación, supo
o entendió que debía compartir lo que ocurría.
Nadia:
¿Esta noche estarás ocupada?
Marina:
Vicky me ha invitado
a cenar, pero puedo suspenderlo si hay un plan mejor.
😉
Nadia:
No, no. Ve tranquila.
Otro día nos veremos.
Marina:
¡No!
¡Hecho! Acabo de
escribirle a Vicky.
Envía a Ben a
algún lado, llevo alcohol.
Nadia:
Aquí te espero.
Marina:
Ya era hora,
cabrona.
Nadia:
No llegues tarde.
Adiós.
Esperó con paciencia a que Marina llegara a su casa. Benjamín ya había
hecho planes con sus vecinos; irían al cine y después una pijamada con otros
compañeritos. Gloria trabajaría hasta tarde así que Paula cuidaría de los
muchachos. Cocinó con esmero un pollo al champiñón que, sabía, le encantaría a
su amiga. Descorchó una botella de vino y se preparó para compartir una noche
que se avecinaba larga y amarga. Golpearon
la puerta y antes de abrir, respiró profundo. Se convenció de que necesitaba
hacerlo. Que ya había llorado lo suficiente, que ya se había sentido impotente
y que ahora le tocaba enfrentarlo. ¡Y qué mejor que hacerlo de la mano de su
mejor amiga!
–Hola.
–Hola, hermosa mía –Marina entró con una sonrisa en el rostro y una
botella de vino en la mano –¡No me digas que has preparado…! –exclamó al percibir
el aroma que provenía de la cocina.
–Por supuesto. Sé muy bien qué es lo que te gusta, cariño.
–Eres la mejor. ¿Lo sabías?
–No. ¡Qué va! Vamos. Ponte cómoda que enseguida sirvo la comida. Espero no
te moleste que comencemos por aquel –dijo señalando la bebida ya abierta sobre
la mesa.
–Pero… ¡para nada! ¿Y mi sobrino?
–Ahora mismo deben estar en el cine. Ya nos enteraremos cuando regresen.
Se quedarán a dormir aquí al lado.
–¿Y no hay peligro de que quiera regresar?
–No. Paula sabrá entretenerlos.
–Esa chica es un sol. No entiendo como no ha estudiado para ser maestra
o algo así.
–Debería comentárselo, sí. Es cierto. Es demasiado buena con los niños.
Y ellos… ¡la aman! –se acercó con los platos cargados y se acomodó frente a su
amiga.
–Mmm. Huele delicioso. ¿Hacía cuánto no cenábamos tú y yo? ¿Solas?
–¡Puf! Ya ni lo recuerdo.
–Esa maldita oficina nos ha quitado las ganas de vivir –Nadia revoleó
los ojos en señal de desaprobación y Marina sonrió con picardía–¡Perdón! Es que
a veces se me olvidan tus aspiraciones… y cuánto quieres crecer allí dentro.
–Es un trabajo que me gusta. Lo disfruto y…
–Y el señor Rojas se ha portado tan bien conmigo–agregó en un tono
sarcástico, imitándola.
–¡No te burles!
–No me burlo. Pero es que ya has pagado con creces tu famosa deuda, ¿no
crees?
–Oh, sí. Ahora solo me quedo porque sé que, si te dejase sola, lo
arruinarías todo–comentó sonriente.
–¡Calla! ¿Comemos?
–Por favor.
Mientras devoraban la especialidad de Nadia, conversaron de nimiedades;
del trabajo, de los gastos, de las vacaciones y de las relaciones amorosas de
ambas. Marina contó en qué estaba con Damián y la supuesta separación de su
mujer. Nadia no dijo mucho al respecto porque a decir verdad desde que había
intentado construir una relación con el doctor Hernández en Alovera, no había
vuelto a estar con nadie y no se sentía capaz de expresar una opinión en cuanto
a relaciones amorosas se tratara. El amor, al menos de pareja, ocupaba el
último lugar en su lista de pendientes.
Con los platos sucios en el fregadero, las dos se tendieron en el sofá
que por las noches se convertía en la cama de Nadia, con una copa en la mano.
–Ya hemos hablado de muchas cosas, pero aún no me has dicho por qué
estoy aquí. O más bien, porqué has decidido hablar ahora y no hace dos meses
atrás cuando sé que algo ha ocurrido contigo. ¿Qué ha pasado, Nadia? ¡No me
digas que ha aparecido el padre de Ben!
–¡No! ¿Qué dices? Nada que ver.
–¿Entonces?
–Hablo cuando puedo. Ya me conoces –jugueteaba con el borde de la copa
buscando las palabras exactas.
–De ciertas cosas–la corrigió–. Porque con otras no tienes problemas en
contarme. Algo grave ha pasado y me alegro que hayas decidido hacerme partícipe
esta noche–dijo como una caricia, animándola a hablar.
Pasaron unos largos segundos hasta que la voz de Nadia ocupó el lugar y
con ella, su historia se hizo visible.
–Verás…–bebió un sorbo de vino antes de continuar para juntar fuerzas–me
han diagnosticado cáncer de mamas. El día de aquel resfriado, ¿recuerdas?
–Marina asintió sin moverse–. Ese día le comenté al doctor que me atendió, que
sentía una pequeña molestia en mi pecho izquierdo. Y bueno, me hicieron una
mamografía y unos estudios más, en los que salió que había algo allí.
–¿Ese mismo día te dijeron que tenías cáncer? –se apresuró a preguntar.
–Por la tarde, cuando regresé por los resultados… un doctor, algo más
amable que el primero, me explicó lo que aparentaba verse en las imágenes. Me habló
sobre la urgencia de la cuestión y al siguiente día me ocupé de lo que debía
ocuparme. Ha habido más estudios y hoy ha llegado el resultado de la biopsia.
Por supuesto; maligno. No te aburriré con detalles de qué tipo de tumor es,
porque todavía no termino de entenderlo yo.
–Espera un momento–Marina se puso de pie y caminó frente a su amiga un
par de veces antes de hablar. Nadia podía imaginar su cabeza entrelazando
pensamientos– ¿Cómo es que no me lo has dicho antes? ¿Cómo has podido aguantar?
¿Y has estado soportando todo esto sola? ¿Todo este tiempo? –Nadia asintió y
bajó la cabeza, agotada.
Marina apoyó su copa y la de su amiga sobre la mesita y se acercó con
lentitud. Sabía cómo era ella; la conocía lo suficiente. Romper esa coraza que
había traído desde el continente no era nada fácil. Sabía cuánto significaba
este momento de supuesta debilidad para ella. Nadia siempre se mostraba fuerte,
alegre, sonriente. Ella era el pilar de todo el mundo y ahora, así de
vulnerable debía aceptar ayuda y acompañamiento de los demás cuando siempre la
cosa había sido al revés.
–Pues ya no lo estás, ¿sabes? Yo estaré a tu lado en todo momento, Nadia.
Y juntas haremos lo que haga falta hacer, ¿oíste?
–Tengo mucho miedo, Mari. Más que por mí...
–Por Ben–completó y Nadia asintió–. Lo sé, cariño. Lo sé.
–Tanto que… –el corazón de Marina acabó por desgarrarse de dolor y sin
esperar, se abalanzó sobre su amiga, cubriéndola con sus brazos.
Lloraron las dos. Temblaron las dos. Desahogaron su alma hasta quedar
laxas; elevaron plegarias a Dios y materializaron el deseo de estar mejor, de
sortear este gran escollo. Quizá las buenas energías, las buenas intenciones,
de a dos, funcionaran mejor.
***
La madrugada las encontró recostadas en la habitación de Ben, ambas con
los ojos enrojecidos de tanto llorar. La angustia y el temor se habían hecho
visible y las dos conocían todo lo que aquello podría traer y cuál podría ser
el desenlace. Marina giró para enfrentarla y Nadia hizo lo propio. Se miraron
con atención casi sin pestañear.
–Imagino que, conociéndote, querrás ocultárselo a tu hijo. Salvarlo de
las preocupaciones, ¿verdad?
–No sé qué hacer.
–Deberías decírselo–opinó Marina resuelta.
–Pero…
–Sí, lo sé. Será muy duro para él, pero es un muchacho despierto e
inteligente. No lo subestimes. Además, toda la ayuda que puedas conseguir, será
bienvenida. Sabes que se vendrán tiempos difíciles, Nadia. No será fácil y que él
lo sepa, te ayudará a transitarlo mejor.
–Lo sé. Es solo que… no quiero que piense que voy a morirme, ¿sabes? No
quiero que esté pensando en eso cuando debería estar disfrutando de su vida, de
sus amigos, de la escuela. ¿Te he contado que, al parecer tiene novia?
–¿Otra?
–Así cómo lo oyes. Paula me ha enviado una foto de él y una niña
pelirroja hermosísima, conversando en la puerta de la escuela.
–¡Cuánto ha crecido! ¡Santo Dios! Pensar que apenas decía algunas
palabras cuando lo conocí.
–Muchísimo, sí. Pero, si bien está más grande y maduro, sigue siendo mi
bebé.
–¿Y qué harás cuando comiences con las quimios? Sabes que el cabello se
caerá, que no te sentirás muy bien.
–Entre otras cosas, sí.
–Sea lo que sea que decidas, aquí estaré.
–Gracias. Sabes que eres mi familia y que desde que llegamos con Ben, tú
has sido un ángel para nosotros. Contar contigo es una bendición.
–Ya, ya. Sabes cuánto los quiero a ustedes también. Iremos paso a paso. Lo
importante aquí es cargarse de buenos pensamientos. Te has permitido llorar,
dudar, estar triste, asustada, pero ya está. ¿Okey? ¡Ya! A partir de mañana
comenzaremos a pensar distinto. Hay que visualizarse sano. La mente es
poderosa, amiga. Muy poderosa.
–Lo sé. Lo intentaré.
–No, no. Es más que intentarlo. ¡Lo lograremos! Ya lo verás. Ahora
cuéntame más del doctor Aguirre. Quiero saberlo todo–Nadia soltó una pequeña
carcajada que trajo algo de la calma y la esperanza anhelada.
–Es muy joven; tanto que dudé si realmente estuviese recibido–se burló
Nadia.
–¿Cuán joven?
–Estimo que como treinta y pico.
–Uy, justo lo que estoy necesitando para olvidarme del energúmeno de
Damián.
–Cuéntame de él. ¿Qué es lo que está pasando entre ustedes?
–Pues nada. No pasa nada. Él se empeña en pedir tiempo para separarse y
yo sé que no lo hará jamás. No tiene las agallas para vivir, para ir por lo que
en verdad desea. Es un cobarde, básicamente.
–No todos podemos ser tan seguros como tú, Mari.
–No se trata de seguridad. Se trata de buscar ser feliz. Nada más simple
que eso. ¿Para qué quedarse en un sitio que te amarga, que saca lo peor de ti?
¿Por qué no vivir por siempre y para siempre en un subidón maravilloso de
alegría y adrenalina, de risas… de fiestas?
–Eres única. ¿Lo sabes?
–¡Y a mucha honra! En este mundo repleto de falsedad y amargura,
cualquiera que se anime a ser, es tildado de diferente. Pero no me molesta, eh.
Todo lo contrario. Orgullosa, cargo mi bandera de libertad.
–Sí, sí. Mucha liberación, mucha libertad, mucha adrenalina, pero tú lo
sigues amando.
–Por desgracia, sí. Digamos que intento hacerme la superada, pero sé que
su última conexión ha sido hace una hora y diez minutos. A quién quiero
engañar, ¿verdad?
–Somos todo eso y más, Mari. El subidón y la adrenalina. Y también la
amargura y la tristeza. No podemos evitarlo.
–¡Puaj! Por eso, dime algo. ¿Cuándo es que tienes que ir al médico?
Quiero conocer al doctorcito.
–El próximo viernes tengo que llevar los resultados de la biopsia. Allí
sabremos cuáles son los pasos a seguir.
–Bien. Iré contigo–declaró mientras se quitaba el vestido para ponerse
el pijama–. Además de acompañarte, quizás el doctor Aguirre resulte ser un buen
aliciente para dejar de pensar en el idiota ese.
Nadia rio ante el comentario y llevó las copas a la cocina. A su
regreso, se detuvo en el umbral. Marina ya se acomodaba en la cama. Como cada
vez que cenaban, la cita acababa con las dos durmiendo juntas hasta el otro
día.
–Mari.
–¿Sí?
–Quería preguntarte algo.
–Claro. Lo que quieras.
–¿Te molestaría cambiar tus vacaciones por las mías? Quisiera llevar de
paseo a Ben antes de que comience el tratamiento. Quizás ya no podré hacerlo
después, tú sabes.
–¡Por supuesto que sí! No he programado nada aun así que puedo moverlas,
tranquila. ¿Dónde planeas ir?
–Quisiera regresar a Madrid.
–¿¡A Madrid!? ¿Y qué harás allí?
–Intentar ver a Becca.
–¿Has hablado con ella?
–No.
–¿Y planeas caerle de sorpresa?
–Pues, sí.
–¿A qué se debe este cambio? –se sentó sobre la cama y la observó con
atención–. Por lo que me has contado, las cosas con tu hermana no han acabado
bien–Nadia se la quedó mirando sin decir nada– ¡Oh! Ahora entiendo todo–dijo
cuando se dio cuenta de lo que pensaba su amiga.
–No iré allí a dar lástima si es eso lo que estás pensando–se alejó
camino al baño y Marina abandonó su posición para seguirla.
–¿Entonces? ¿A qué vas? –le preguntó con seriedad.
–Quiero que conozca a su sobrino.
–¿Y cómo sabes que estará feliz de hacerlo?
–Rebeca amará a mi hijo sin importar lo que haya ocurrido entre
nosotras. La conozco lo suficiente.
–Sigo sin entender.
–Si algo me sucediese… –comenzó a decir mientras colocaba la pasta en su
cepillo.
–¡No! ¡No, no, no! Ni siquiera lo digas. ¡Ni siquiera lo pienses,
maldición! ¿Qué fue lo que hablamos?
–Si algo me sucediese…–continuó con seguridad–quisiera que Ben tuviese a alguien
más en su vida a aparte de ti.
–¿Estás segura de que te hará bien?
–No lo sé, pero quiero hacerlo. No le diré nada de mi situación. Solo
intentaré hacer que conozca a Ben. Nada más.
–Si te digo que creo que estás equivocada, irás de todas maneras.
Entonces, dime. ¿Qué día planeas viajar?
Me tiene atrapada esta historia!!! Gracias bella Erica!!!
ResponderEliminar